LA REACCIÓN ADVERSA A LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD
“Mi mundo acaba de alcanzar la perfección; la medianoche es también mediodía. El dolor es también placer, la maldición es también bendición, la noche es también un sol; vete de aquí, o aprenderás: un sabio es también un tonto. ¿Alguna vez dijiste sí al placer? Oh, amigos míos, entonces también dijiste sí a todo sufrimiento. Todas las cosas están encadenadas, entrelazadas, enlazadas por el amor. Y si alguna vez quisiste dos veces lo que quisiste una vez, si alguna vez dijiste: ‘Me gusta la felicidad. ¡Vuelve pronto, momento!’, entonces quisiste el regreso de todo. Todo de nuevo, todo eternamente, todo encadenado, entrelazado, enlazado por el amor, entonces, amaste al mundo…” (Nietzsche)
Alcanzar una carrera ascendente y gratificante, una presencia de calidad en la vida familiar, un compromiso social significativo y una satisfacción y placer personales parecen cada vez más inalcanzables. En este mundo donde los cambios ocurren cada segundo y la inmediatez es un factor constante en la vida de todos, surge la pregunta: ¿Todo esto genera una reflexión oportuna? ¿Qué guía todas las variables para encontrar la tan deseada felicidad?
En la cultura capitalista contemporánea, surge la construcción de un nuevo paradigma: la singularidad de ser feliz, donde la infelicidad se ha convertido en una especie de obscenidad conductual. Como si el dolor o el sufrimiento ya no pudieran ser parte de la vida. La necesidad de esta contradicción marca la condición para vivir. El cansancio natural del cuerpo, las imperfecciones de las reglas sociales y las demandas caprichosas de bienestar y satisfacción, sumadas a la inseguridad, intolerancia, aislamiento, rutina, inestabilidad financiera, presión profesional, inmediatez y muchos otros síntomas tormentosos de la sociedad moderna, generan una angustia que nunca ha estado tan presente. Si todos los desgastes de la vida moderna no fueran suficientes, aún existe la presión social por la condición omnipresente de que debes ser feliz para vivir. Claro que no podría ser diferente; al final, estos desencadenantes terminan siendo responsables de muchos de los males presentes en la sociedad, como la depresión, la ansiedad, las compulsiones y muchas otras dolencias que gravitan en un mundo cada vez más individualista y psicológicamente enfermo.
Quizás esto justifica por qué en las consultorías que hago para mis clientes, en las sesiones que realizo en mi consultorio, en las conversaciones informales con mis amigos e incluso cuando participo en algún debate más acalorado, hay un consenso: cuando se intenta poner en práctica las reglas sociales propuestas de felicidad para un mejor bienestar, ¡no funciona! Por eso, cada vez estoy más convencido de que la autoayuda y la felicidad van en direcciones opuestas y que la idea de que debemos ser felices para saborear lo mejor de nosotros y encontrar la excelencia en vivir no tiene sentido. Al contrario, lo que se percibe hoy es que vivir en esta búsqueda, bajo la autoridad de que debes ser feliz, en realidad te acerca cada vez más a una vida infeliz.
¿Qué revela todo esto sobre nuestra forma de vivir?
Hasta el siglo XVIII, la felicidad tenía más sentido como atributo de la vida, donde la vida exclusivamente estaba y de hecho no podría estar en ningún otro lugar. A partir de entonces, se perdió la comprensión de que en este lugar exclusivo e inmediato es donde se da el valor, la conciencia del mundo tal como es frente a los afectos compulsorios, desvaneciendo la alteridad. La alteridad es el campo de la relación con el otro, los lazos sociales, y este era el punto fundamental. Dada esta perspectiva, la sensibilidad para entender la importancia de las relaciones establecidas entre subjetividades y los cambios en el orden social, político, económico y financiero, y todo lo demás que abarca la vida para que sea buena colectivamente, ha ido disminuyendo.
Luego surge la idea hedonista, por así decirlo, que comienza a tomar consistencia social a partir del utilitarismo. Alrededor del siglo XIX, filósofos como Jeremy Bentham y James Mill abogaban ampliamente por una nueva perspectiva sobre los principios económicos que vinculaban la ética normativa y objetiva para responder a todas las preguntas sobre hacer, admirar y vivir en términos de utilidad relacionada con la felicidad. Apoyaban la teoría de que la necesidad de ser útil está en función de la tendencia a aumentar o disminuir el bienestar de las partes afectadas según su utilidad, representada principalmente desde una perspectiva de capital.
Con el siglo XX, se fortaleció la sociedad de producción con la idea de que cada persona es un objeto, o mejor dicho, una unidad de producción. Se establece el reconocimiento del SER a partir del TENER. El concepto de sociabilidad se estrecha, impactando directamente en la formación de un espíritu mucho más individualista, prevaleciendo la producción como objeto y la conceptualización de los ingresos como factor decisivo del reconocimiento social. La esencia del cambio a partir de entonces se centra en el individuo, impidiendo así tener una mirada hacia el otro, reflejándose drásticamente en los conceptos fundamentales para el bienestar social, distorsionando valores capitales, con la ética y la moral.
Se constituyó, entonces, la sociedad de producción de consumo, acentuando y prevaleciendo la característica individualista y paradójica, generando lo que se podría llamar narcisismo capitalista. Se adoptó un modelo de vida más individualista, pasando de la pluralidad a la singularidad del ser, preocupándose ahora por la visión del otro, dando importancia a trivialidades. De ahí que elementos como las apariencias y la acumulación de riqueza y posesiones pasaran a ser una condición. En otras palabras, se estableció una contradicción entre la individualidad impulsada por el egocentrismo y, al mismo tiempo, la necesidad de aprobación de los demás, haciendo que la concreción del SER fuera casi insignificante. En el pasado, se sacrificaba parte de la libertad por seguridad, pero hoy en día, se sacrifica la seguridad por la libertad a cualquier precio. No es de extrañar que vivamos en un mundo “democrático y libre” de posesión y concesiones, pero difícilmente se puede decir que todo esto haya hecho más felices a las personas.
¡La felicidad y la vida moderna pueden ser, de hecho, contrapuntos paradójicos!
Como consecuencia, gran parte de esta subjetividad ha ganado cada vez más fuerza a partir de experiencias gobernadas por la sociedad globalizada, en la imposición de mega tendencias, ya sean sociales o tecnológicas, reflejadas en la convivencia, las relaciones y la universalización de estándares sociales. Esto lleva a una reflexión resultante de la formación de una sociedad líquida, como dice Bauman: “La liquidez de la sociedad surge de su incapacidad para adoptar una forma fija. Se transforma a diario, toma las formas que el mercado le obliga a adoptar”. Arraigada en la perspectiva de que la vida está siendo dirigida por necesidades personales, donde la moral se vuelve flexible según las estrategias individuales de conveniencia y la búsqueda de libertad, independientemente de las consecuencias para lograr la falsa sensación de felicidad.
La felicidad se ha vinculado predominantemente a los valores compulsivos de una norma social, dificultando la aceptación de aquellos que difieren en su forma de pensar, con la exclusión y el distanciamiento de las diferencias. Esto representa efectivamente al otro como una relación secundaria, permitiendo en consecuencia juzgar las imperfecciones de los demás sin ser capaces de percibir las propias imperfecciones. La sociedad líquida ha limitado la capacidad humana de pensar, crear, inventar y extrapolar otras formas de vida a través de otras posibilidades, como si una inundación de ideas e imágenes preconcebidas hubiera lavado la competencia intelectual, extrayendo la inteligencia para reflexionar sobre la propia vida y tomar decisiones de manera autónoma.
Desde las elecciones individuales frente a una lógica socialmente contaminada e inminente de lo que se debe o no perseguir para que la vida sea buena, se vincula el concepto individualista y distorsionado de la felicidad, como normas que se entrelazan entre la perspectiva egocéntrica de amarse a sí mismo y la necesidad de ser feliz, siempre.
La radicalización de este modelo trajo graves consecuencias para la vida moderna con la singularidad del ser y la necesidad de simplificación de vivir, ya sea en las relaciones, el placer o incluso el sentido de urgencia, todo a la misma velocidad que está siendo continuamente presionado por la búsqueda de la felicidad. Con elecciones cada vez más superficiales, propagando actitudes individualistas y alejándose más de aceptar la simple alegría de vivir el presente tal como es.
“Es necesario cuidar de las cosas que traen felicidad, porque, estando presente, lo tenemos todo, pero sin ella, hacemos todo para alcanzarla”. (Epicuro)
No se puede negar que el siglo XX fue marcado como “la era del cerebro”, con numerosas investigaciones fascinantes sobre la mente humana. Pero también trajo consigo, de manera parasitaria, la ideología de que es posible desentrañar todo el comportamiento humano, como si el hombre pudiera ser completamente catalogado, sujeto a encontrar regulaciones obligatorias, verdaderas recetas listas para aplicar a cualquiera, haciéndolos mejores, más comprensibles, más capaces y eficientes. Como si fuera posible superar todos los problemas internos y externos, las frustraciones, los traumas, el azar y las marcas dejadas por las experiencias vividas. En este marco contemporáneo, en este vacío intelectual, surgen numerosos oportunistas, verdaderos charlatanes. Te encuentras con ellos en cada momento. Seductores, pronto aparecen con promesas de resolver tus males y hacerte encontrar la tan ansiada felicidad. Hay muchos de ellos: creadores a la moda, visionarios brillantes, futurólogos espléndidos, terapeutas vertiginosos, empresarios deslumbrantes, industrialistas temerosos, gurús de la motivación; todos ellos traen fórmulas encantadoras, jurando transformar la vida de cualquiera. En sus manuales hay recetas listas, auténticos antídotos, porciones mágicas de ilusiones certeras de una vida sublime y feliz.
“La felicidad es como una obligación o muerte, de una manera que nos hace sentir culpables cuando no estamos felices. En cada paso que damos, de hecho, somos bombardeados con información, consejos, sugerencias y advertencias sobre las prioridades y necesidades para que la vida sea feliz…”
En esta línea, hay innumerables publicaciones, en varios enfoques y áreas, que abarcan desde cultivar relaciones más significativas, desarrollar la carrera perfecta, convertirse en un líder ejemplar, vivir un matrimonio perfecto, ganar dinero, construir sueños, encontrar la alegría, tener un cuerpo perfecto, encontrar a la persona ideal y mucho más. Entre muchas otras superficialidades, lo que no podría faltar es la garantía de lograr el anhelado sueño de éxito profesional y personal. Y todo esto, lleno de una única premisa, la certeza de una felicidad plena.
Sobre la felicidad, solo en el sitio web de Amazon, hay casi 15,000 títulos de autoayuda que prometen una vida mejor, la realización del sueño y que, al final, por supuesto, prescribirán la respuesta para encontrar la tan ansiada felicidad. En plataformas como TED, no es diferente. En una búsqueda rápida, puedes encontrar casi 100 presentaciones que tratan sobre la felicidad como la razón última. Y si verificas la cantidad de conferencias y talleres actualmente contratados en el mundo corporativo, no hay duda de que el tema motivacional de cómo ser feliz es predominantemente dominante. Además, prácticamente todas las imágenes asociadas con bienes de consumo van seguidas de mensajes con recetas para ser feliz. Tal vez por eso la felicidad se ha convertido en sinónimo de una vida fugaz. La respuesta a la percepción, la nostalgia y la esperanza. En otras palabras, la felicidad se ha vuelto sinónimo de todos los bienes y también de todas las dolencias. Esta propuesta elimina de cada individuo la responsabilidad de sus propias elecciones, de sus propios deseos. Una felicidad al por mayor, para todos frente a la universalización del ser humano, el sentido común y no exclusivo, basado en el individuo, es decir, es lo mismo que decir que esta absurda locura asegura la justificación de las propias acciones porque aquel que no puede acceder a ella es porque, en realidad, tiene algún tipo de problema. No es de extrañar que, en la sociedad posmoderna, la felicidad se haya desplazado del campo del sueño de ser feliz al campo de los ideales. Como resultado, el reconocimiento de los propios valores se ha vuelto inadecuado para la mayoría de las personas.
Cada elección implica una competencia que es asignar valor a las posibilidades de manera pluralista y responsable. Cada elección es la identificación de la alternativa de mayor valor. Cada vez que piensas en valor, evidentemente te encuentras con un problema referencial. Como la referencia ahora es solo la necesidad de ser feliz, dando a la vida una forma singular, elimina el riesgo de cambios representativos, sin la necesidad de dar valores diferentes a la misma cosa, reflexionando sobre la locura de diferenciar los propios valores, que en realidad se convierte en una barrera para reconocer tu propio amor y, en última instancia, poner fin a tu propia felicidad. Lo que quizás se haya perdido es la comprensión de que cuanto mayor sea la lucidez sobre esta complejidad, mayor será la conciencia de las propias acciones y, por lo tanto, de los propios valores, por lo tanto, mayor será la angustia al tomar una decisión. En otras palabras, las experiencias vividas representan el viaje evolutivo y están en la pluralidad de tus propias elecciones para ser verdaderamente quien eres. Por eso, no te equivoques, cada elección solo existe en la medida comparativa entre dos o más cosas y para esto es necesario estar presente y en movimiento, saber reconocer y reconocer para elegir mejor. Es necesario observar para diferenciar, de lo contrario, ¿cómo seremos capaces de elegir sin saber?
Es precisamente por esta razón que cada elección, cuando es efectivamente una elección, a menudo genera duda, confusión, inseguridad que se convierte en angustia para aquellos que tienen que elegir: la lucidez de que cada uno es lo que elige. Por estas y otras razones, la búsqueda frenética de la felicidad representa una visión muy cómoda y singular, sin la angustia de elegir cuando se abandona aceptar vivir la vida y todo en ella porque no hay esfuerzo, riesgo y aflicción, donde equivocadamente parece mucho más fácil cerrar los ojos y externalizar las actividades deliberativas. Por supuesto, de esta manera, lo que hay es la ilusión de que la responsabilidad ahora es del otro y no tuya. Lo que en última instancia representa una paradoja existencial, ya que si no sabes valorar, nunca sabrás lo que realmente estás buscando.
No está mal decir que proyectar la vida sin valor es aceptar la imposición de la vida de otro, quitando el fundamento de ser quien realmente eres, y sin darte cuenta, transformar la vida en un problema porque nunca será suficiente. El gran error, por lo tanto, es que la liquidez de ser ahora el otro y no tú mismo se convierte, de hecho, en el viaje más difícil, cegándote de la realidad sensible de darte cuenta y distinguir cuáles son los problemas que son exclusivamente individuales y dependen solo de ti. Así, evita la percepción introspectiva para centrarte en tu propio mundo junto con tus propias virtudes, experimentar tus propias experiencias, desear tus propios deseos y, en última instancia, ser quien realmente eres. De lo contrario, lo que queda es la infelicidad de nunca reconocer los momentos en que eres feliz.
Lo que se ha expuesto hasta ahora es una pequeña reflexión que solo tiene la intención de representar algunos puntos desde mi perspectiva sobre el tema y que con esto, espero que te ayude a reflexionar un poco más sobre la importancia de vivir tu propia vida, estar presente en el ahora sin forzar la desesperación de ser feliz. En la vida moderna, hay una clara distorsión de lo que es la felicidad y lo que representa, olvidando que tal vez simbolice una competencia mucho más rara entre cada uno, y que debería constituir el know-how particular de reconocer primero quién eres, disfrutar de lo que es tuyo, gustarte lo que ya has logrado y no vivir en la búsqueda de metas de otros pensando que esto tiene alguna relevancia para tu plenitud de vivir, ya que al final, de esta manera, siempre se escapan entre los dedos, ya sea cuando fallas o cuando tienes éxito.
La agonía de tener que ser feliz convierte la vida en un triste problema de búsqueda eterna. Vivir el dolor de la ilusión de la inmensurable temporalidad representa una felicidad que termina siendo desesperanzadora, reflejándose en los desajustes del propio cuerpo y las relaciones con el mundo. No hay otro camino, esto implicará sufrir por la dolorosa sensación de incompetencia de no ser capaz de encontrar la posibilidad de disfrutar de la vida, aunque sea por un instante, presente en el presente. Llevando así a justificar la vida y todo lo que hay en ella como víctima del azar, condenada por dejar escapar las oportunidades, convirtiéndose en un mero espectador vencido por la nostalgia de la memoria, ya sea la esperanza del deber o el desencuentro de encontrar dentro de ti la propia paz, que solo debe pertenecer a ti.
El ahora es la proyección del devenir, y tú eres el gran responsable de anticiparlo, al menos la parte que puedes controlar, de lo que sucederá en tu trayectoria, ya que si existe alguna ecuación de vida feliz, es precisamente en una temporalidad donde el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro se articulan de manera prometedora e impulsadora, exclusivamente, dentro de cada uno. Esto sucede en cada instante de la vida. Cada momento de la vida representa la exclusividad, la única forma de ser que nunca se repetirá, caracterizando la respuesta de una ecuación que está compuesta por partes de las elecciones que haces por ti mismo, ante relaciones ininterrumpidas con el mundo que te afecta a todos los instantes y parte de la propia vida, lo que podríamos llamar casualidad, por así decirlo. Una ecuación que debe destacar entre lo que recordamos, lo que sucede ante el presente de la vida y lo que sucederá auspiciosamente. La ecuación se sitúa entre la nostalgia, la posibilidad de percibir el mundo en el ahora y la esperanza, por así decirlo. La felicidad tiene que estar incrustada en ese punto medio para que tenga sentido en los pequeños momentos correctos de una homeostasis de vivir.
Todos vivimos dentro de una onda vital, donde la energía de la vida oscila según nuestros propios afectos, nuestras propias relaciones con el mundo que no deja de afectarnos de la misma manera que nosotros lo afectamos incesantemente. Tener conciencia de que la energía vital fluctúa con los afectos y es necesaria para vivir no depende exclusivamente de ti, porque la vida y todo en ella, sistémicamente, nunca volverá a ser lo que fue en este instante. La vida está en constante cambio, transformación e influencia sistemática en todo y cada parte de ti y viceversa. Y es precisamente en esta libertad que la vida propone de no ser lo que es más (ya que este momento ya pasó), la posibilidad de que seas mejor, de hacer nuevas elecciones, de empezar de nuevo en lo inédito. Darse cuenta de esta fluctuación continua de la energía vital es lo que permite experimentar y construir valores esenciales para la gama de diversidad evolutiva y quizás, es esta percepción la que puede acercarte a la felicidad. Solo frente a esta conciencia, a este flujo de la vida que se encuentra en pequeños movimientos, es posible aprender que solo hay materialidad de la vida en el ahora, presente en la presencia de ser lo que es cuando está completamente en su lugar.
Por todo esto, confieso sinceramente que no puedo imaginar a alguien siendo feliz todo el tiempo, y reconozco que tengo muchas sospechas de las personas que dicen sentirse así. Y si todo esto todavía tiene sentido para ti, entonces admito que una gran parte de mí considera la falta de felicidad no como un castigo o una culpa que tengo que llevar, sino como un realismo altamente productivo que me hace mover en busca de la excelencia de la vida para que el simple acto de vivir tenga sentido y que, cuando lo encuentre, realmente tenga todo el valor para mí y tal vez entonces, reconozca que realmente he sido, en ese momento, eternamente FELIZ.
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¡Hola, soy Marcello de Souza! Comencé mi carrera en 1997 como líder y gerente en una gran empresa del mercado de TI y Telecomunicaciones. Desde entonces, he participado en importantes proyectos de estructuración, implementación y optimización de redes de telecomunicaciones en Brasil. Inquieto y apasionado por la psicología del comportamiento y social. En 2008, decidí adentrarme en el universo de la mente humana.
Desde entonces, me he convertido en un profesional apasionado por descifrar los secretos del comportamiento humano y catalizar cambios positivos en individuos y organizaciones. Doctor en Psicología Social, con más de 25 años de experiencia en Desarrollo Cognitivo Conductual y Organizacional Humano. Con una amplia carrera, destaco mi actuación como:
– Master Coach Sénior y Formador: Guiando a mis clientes en la búsqueda de metas y desarrollo personal y profesional, obteniendo resultados extraordinarios.
– Chief Happiness Officer (CHO): Fomentando una cultura organizacional de felicidad y bienestar, impulsando la productividad y la participación de los empleados.
– Experto en Lenguaje y Desarrollo del Comportamiento: Potenciando habilidades de comunicación y autoconocimiento, capacitando a individuos para enfrentar desafíos con resiliencia.
– Terapeuta Cognitivo Conductual: Utilizando terapia cognitivo-conductual de vanguardia para ayudar a superar obstáculos y lograr una mente equilibrada.
– Conferencista, Profesor, Escritor e Investigador: Compartiendo conocimientos e ideas valiosas en eventos, capacitaciones y publicaciones para inspirar cambios positivos.
– Consultor y Mentor: Aprovechando mi experiencia en liderazgo y gestión de proyectos para identificar oportunidades de crecimiento y proponer estrategias personalizadas.
Mi sólida formación académica incluye cuatro postgrados y un doctorado en Psicología Social, junto con certificaciones internacionales en Gestión, Liderazgo y Desarrollo Cognitivo Conductual. Mis contribuciones en el área son ampliamente reconocidas en cientos de clases, entrenamientos, conferencias y artículos publicados.
Coautor del libro “El Secreto del Coaching” y autor de “El Mapa No Es el Territorio, el Territorio Eres Tú” y “La Sociedad de la Dieta” (el primero de una trilogía sobre el comportamiento humano en la contemporaneidad – 05/2024).
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2 Comentários
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Marcello de Souza, Ph.D.