EL AÑO QUE PASA, EL AHORA QUE QUEDA
“El presente es el escenario donde todas las posibilidades se hacen reales; contiene la clave de lo que somos, antes de convertirnos en lo que soñamos ser.” – Marcello de Souza
Estamos comenzando el mes de diciembre de 2024, con el nuevo año a la vuelta de la esquina. Un momento perfecto para reevaluar los caminos que hemos elegido, las decisiones que hemos tomado y, sobre todo, la forma en que estamos viviendo. No se trata de esperar a que llegue el futuro, sino de entender que todo sucede en el ahora, en este mismo momento.
Por eso, te invito a reflexionar: La vida se desarrolla mientras nos perdemos en la búsqueda incesante de nuestros planes. Una frase simple, pero con una verdad profunda y transformadora. A menudo, estamos tan inmersos en lo que queremos lograr que olvidamos vivir lo que ya está ante nosotros: el presente. El ahora.
El Valor del Ahora: El Presente Como Escenario de la Vida
Pasamos la vida proyectando, persiguiendo un propósito, diseñando un futuro idealizado. Sin embargo, a menudo olvidamos que la esencia más pura de la existencia no reside solo en lo que planeamos, sino en lo que ocurre en el terreno impredecible del presente, donde lo real se revela.
“La vida no ocurre mañana, ni en lo que ya pasó. Se desarrolla en el instante presente, donde somos desafiados a ser, hacer y vivir.” – Marcello de Souza
Con frecuencia, somos tragados por el torbellino de la vida, por las grandes olas de acontecimientos que parecen definir nuestro destino, como mareas implacables que nos arrastran sin pedir permiso. Y, mientras nos dejamos llevar, olvidamos percibir la quietud del presente, que ya es rico en su totalidad, lleno de momentos capaces de transformar todo.
Hacer planes es necesario. Tener un propósito es el combustible que impulsa nuestros pasos. Pero es crucial recordar: la vida no espera nuestros proyectos. Ella sucede con cada respiración, en los espacios entre lo que imaginamos y lo que realmente se despliega. Ella habita en lo inesperado, en la elección no planeada, en la sorpresa que el destino nos ofrece cuando menos lo esperamos.
Existen momentos en que las fronteras entre lo grandioso y lo trivial se desvanecen, como un velo que se disuelve, revelando que lo que antes parecía distante e inalcanzable comienza a formar parte de nuestra historia cotidiana. La historia del mundo, la historia de la nación, la historia de la sociedad, todo ello se entrelaza con los dramas personales de nuestras vidas, sacando a la luz cuestiones que, a veces, evitamos enfrentar.
No son los grandes eventos históricos los que realmente nos definen, sino la manera sutil e intrínseca con la que elegimos posicionarnos ante ellos. En las sorpresas incesantes de la vida, donde todo parece desarrollarse con la fuerza de un vendaval, hay momentos fugaces, casi invisibles, en los que el caos interno y externo se entrelazan delicadamente. Y es exactamente en esas pausas silenciosas, en los espacios casi imperceptibles entre los grandes acontecimientos, donde la verdadera alquimia de la transformación sucede. ¿Dónde te encontraste en el último gran giro de tu vida? No hablo del hito visible, del gran cambio externo, sino de esas raras y preciosas pausas, casi como el suspiro del universo, donde todo se silencia por un segundo, y es en ese espacio vacío, inmenso, donde la vida se recrea.
Esos momentos, fugaces como el soplo de una brisa, son donde tu alma finalmente tiene la oportunidad de reevaluarse y, tal vez, redefinirse. ¿Qué hiciste de ti mismo en este intervalo de tiempo, que aunque parezca insignificante, lleva el peso finito de la vida? Fue allí, en el instante temporal entre un sueño que se desvanece y otro que nace, entre la seguridad del plan y la fragilidad de la crisis, donde realmente te confrontaste con tu esencia más cruda. En ese momento, se hace claro que no son las grandes victorias, los likes ni los aplausos los que moldean nuestra alma, sino la manera en que respondemos a lo imprevisto, a lo inesperado, a la fragilidad de ser humanos.
“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos.” – Marcel Proust
¿Te permitiste la vulnerabilidad de respirar profundamente, de simplemente ser, sin prisa por reconstruirte? ¿O te apresuraste, casi desesperadamente, a llenar el vacío con soluciones temporales, ignorando la serenidad profunda que reside en el instante presente? Cada gran giro en nuestra existencia no es, en realidad, un punto de ruptura, sino una oportunidad única para reconectar con nuestra naturaleza más verdadera y profunda, para mirar hacia adentro y encontrar, allí, en los recónditos más sutiles del alma, la verdadera transformación.
Entonces, haz una pausa. Nuevamente, te invito a pensar en este mismo momento, con toda la profundidad de tu alma: ¿cómo respondiste al último gran giro de tu vida? ¿Qué hiciste de ti mismo en el momento en que el mundo parecía desmoronarse, y el único consuelo posible estaba en la aceptación radical del momento presente, exactamente como es? Porque créeme, es en este espacio, entre un sueño y otro, entre un plan y una crisis, entre lo cierto y la duda, donde la vida nos revela la más pura verdad de quiénes somos. Y cuando logramos mirar ese momento con los ojos de quien comprende la magnitud de su propio viaje, es allí, y solo allí, donde la verdadera transformación se despliega ante nosotros.
Tal vez, como todos nosotros, hayas experimentado momentos de profundo incomodidad, cuando el mundo parecía conspirar contra tu paz interior. Y es en esos momentos de crisis, de dolor e incertidumbre, donde ocurren las verdaderas transformaciones. Lo que quiero que entiendas es que no son las cicatrices las que permanecen, sino las lecciones que surgen, moldeando lo que somos, mientras el mundo, indiferente, sigue su marcha.
La vida, entonces, no se resume a planes y más planes. Ella se expande y desborda en los intersticios, en los espacios invisibles entre los grandes acontecimientos, en las tragedias que nos desgarran, en las explosiones de alegría que nos levantan del suelo, así como en las desilusiones y decepciones que nos enseñan la profundidad de nuestro ser. Ella se manifiesta en los detalles de la vida cotidiana, en los gestos simples que a menudo ignoramos, pero también en las acciones que, por su complejidad, nos causan miedo y vacilación. Es allí, en este bullicio de emociones y experiencias, donde la verdadera esencia de la vida se revela.
Se Desvela en Lo Que Sentimos en Nuestros Corazones al Observar lo Que Ocurre en el Mundo, o al Penetrar en las Capas Más Profundas de Nosotros Mismos, Aquellas Que Tememos y al Mismo Tiempo Anhelamos Entender.
Esos momentos discretos, casi imperceptibles en su belleza, son donde, en realidad, residen las mayores transformaciones. Esto se debe a que son esas vivencias las que nos tocan de manera inmutable, moldeando nuestra alma con una delicadeza que trasciende el tiempo y el espacio. Nos remodelan, sin que siquiera lo notemos, y nos conducen, muchas veces sin elección, a un nuevo nivel de comprensión sobre nosotros mismos y sobre el mundo.
Lecciones del Pasado: Transformando Errores en Puentes
“Entre los planes que hacemos y los sueños que aún nos escapan, la vida se despliega, silenciosa, en las pequeñas elecciones, en las pausas que ignoramos.” – Marcello de Souza
Aunque el mundo está en constante transformación y las noticias parecen sumergirnos en un mar de incertidumbres, el secreto radica en cómo elegimos navegar todo esto. Podemos perder mucho, pero jamás debemos perder nuestra capacidad de estar presentes en lo que realmente importa: nuestra esencia y todo lo que podemos hacer por ella, con cada nuevo amanecer.
Sartre nos dejó su famosa frase: “La existencia precede a la esencia”. La filosofía de Sartre sugiere que somos definidos por nuestras elecciones y acciones en el momento presente, y que nuestra esencia no es algo fijo o predeterminado, sino algo que se construye constantemente a través de cómo vivimos. En otras palabras, es en el presente donde nuestra vida se despliega, y es a través de nuestras elecciones y acciones ahora que realmente nos convertimos en quienes somos. La conexión entre el fin del año y el comienzo de un nuevo ciclo trae la idea de un “nuevo comienzo”, siempre posible, con cada instante.
Sí, es posible que, al final de otro año, muchos se sientan culpables o derrotados por haber procrastinado, por haber dejado que la vida siguiera su curso sin tomar las riendas. Tal vez te sientas así, pensando que podrías haber hecho más, haberte dedicado más, vivido de una manera más plena y feliz. Y, a veces, la sensación de fracaso pesa aún más cuando nos damos cuenta de que tomamos decisiones egoístas o equivocadas, tal vez por no saber cómo lidiar con nuestros propios anhelos, inseguridades o con la voz del ego o de nuestras sombras.
Lo que debemos aprender, sin embargo, es que la vida está hecha de elecciones, y cada elección lleva consigo algún tipo de ganancia. Nadie elige conscientemente retroceder, sufrir, perder o empequeñecerse. Al contrario, buscamos, incluso de manera inconsciente, lo que creemos que es lo mejor para nosotros en ese momento, con los recursos y el entendimiento que teníamos disponibles.
Así como tenemos dificultades para entender que, después de la elección, viene la acción. Y después de la acción, el resultado. Cuando el resultado no corresponde a nuestras expectativas, es natural buscar justificaciones y respuestas. Pero mira, este proceso de revisión y análisis solo es posible porque algo se ha aprendido, porque el tiempo nos ha permitido ver otras posibilidades que antes no eran claras. Es aquí donde reside la verdadera magia de la vida: es un aprendizaje continuo, y hasta los errores nos ayudan a crecer y avanzar.
Como dijo el filósofo Søren Kierkegaard: “La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás; pero solo puede ser vivida mirando hacia adelante.” Por lo tanto, acoge y aprende de las elecciones que no salieron bien. Representaron la mejor decisión que pudiste tomar, con los recursos y el entendimiento que tenías en ese momento. Nada podría haber sido diferente de lo que fue, después de todo, si has llegado hasta aquí, ya debes haber notado que la vida no sigue una lógica lineal de intención, acción y resultado. Hay algo en ella que trasciende nuestro control, lo que Epicteto llamaba “azar”.
Para Epicteto, el “azar” no es sinónimo de suerte o destino aleatorio. Se trata de la comprensión de que, por más que planees y te prepares, hay fuerzas que están más allá de nuestra capacidad de control. Él nos enseña que, en lugar de resistirnos a lo imprevisible, debemos aceptar y aprender de lo que ocurre sin nuestra intervención directa, y es en este proceso donde a menudo se revelan las mayores lecciones de la vida.
Por eso, lo que realmente importa en nuestra historia no son los errores o aciertos en sí, sino las lecciones que conseguimos extraer, transformándolas en puentes hacia el futuro, y no en anclas que nos aprisionan al pasado.
La vida, después de todo, no se trata de la ausencia de fallos, sino de cómo usamos cada experiencia —buena o mala— para moldear el camino que recorremos. Es este aprendizaje constante el que nos transforma y nos lleva a una existencia más auténtica y significativa.
Construyendo el Futuro: La Transformación Comienza Ahora
La verdad indiscutible es que la vida no espera nuestros planes. Con cada segundo que pasa, es un segundo irrecuperable, perdido en la inmensidad de lo que ya fue y no será más. Se despliega mientras miramos fijamente al futuro, pero es en el exacto ahora donde realmente ocurre. La verdadera transformación no surge cuando imaginamos lo que será, sino cuando aceptamos, con humildad y profundidad, lo que es. Cuando logramos vivir el momento presente en su totalidad, sin prisa por ir más allá, es en ese instante cuando la vida se revela – exactamente como debe ser.
La vida no está hecha de un optimismo exagerado, pensamiento positivo o leyes de la atracción, como muchas veces nos hacen creer. Esta búsqueda incesante de la felicidad, esta necesidad de ver todo desde una óptica de constante potencial positivo, puede ser, en realidad, perjudicial. En un mundo en el que somos constantemente bombardeados con promesas de perfección, nos convertimos en prisioneros del ego y la toxicidad del “tener que ser feliz a toda costa”. Somos llevados a ignorar la realidad de los desafíos, las dificultades y la imperfección que, en realidad, son partes esenciales de nuestro viaje. Lo que realmente construye la vida no es la búsqueda frenética de un futuro idealizado, sino la disposición para aceptar y actuar ante los desafíos del ahora.
Es en el presente donde encontramos lo que realmente importa: los momentos de fallos, de fracaso, de aprendizaje. La transformación real no proviene de forzar un estado de felicidad o éxito. Proviene de enfrentarnos honestamente a la realidad y aceptar que cada experiencia, buena o mala, forma parte de un ciclo que nos impulsa hacia algo más profundo, algo más verdadero.
medida que otro año se acerca a su fin, nos recuerda lo rápido que pasa el tiempo. El año se va, y con él, momentos que nunca volverán. ¿Qué hemos hecho con ellos? ¿Cuánto realmente hemos vivido en el ahora, y no solo proyectado hacia lo que vendrá? ¿Qué lecciones hemos podido extraer de este año que está terminando, para ayudarnos a vivir el siguiente con más presencia y verdad? La respuesta, una vez más, está en el presente. En este momento, y solo en él, podemos transformarnos y comenzar de nuevo, si así lo deseamos.
Finalmente,
Si has llegado hasta aquí, te invito a reflexionar: ¿qué significa realmente el presente para ti? En un mundo donde la prisa es la norma y el futuro constantemente nos llama, ¿cómo podemos anclarnos en el ahora? El tiempo corre, y la vida no espera. No basta con planificar o esperar el “momento adecuado”; el verdadero cambio comienza con lo que hacemos ahora. El fin de año, a menudo visto como un hito de celebraciones y promesas, es, en realidad, una invitación sutil y poderosa para regresar a lo esencial: el ser, no el hacer.
Estamos cerrando un ciclo, un año que llega a su fin con sus lecciones, victorias y pérdidas, pero también con una oportunidad única de reflexionar sobre lo que realmente importa. El final del año no es solo el pasar de página en el calendario, sino un espejo que refleja lo que podemos ser si sabemos mirar hacia dentro con honestidad.
La tentación de proyectar nuestras esperanzas en el futuro es constante. Nos prometemos cambios, pero, en la mayoría de las veces, caemos en la trampa de posponer el ahora. El presente es el único momento que realmente tenemos. Nos ofrece la oportunidad de cambiar, de rescatar lo más noble que hay en nosotros: nuestra humanidad en su forma más pura. El final del año nos llama no a reflexionar sobre lo que hemos pasado, sino sobre quién estamos siendo.
No caigas nuevamente en la ilusión de que la verdadera transformación vendrá de un futuro distante. El futuro comienza ahora, y el verdadero cambio está en las elecciones que hacemos, momento a momento, en el ahora. El mayor desafío es dejar de esperar por la perfección del mañana y comenzar a vivir con más intensidad, más autenticidad, más presencia.
Ser intenso no significa vivir en frenesí o exageración, sino estar plenamente inmerso en lo que realmente importa. Mirar a lo que está a nuestro alrededor con una mirada más profunda, más atenta, más consciente. Vivimos en tiempos en los que el miedo, el egoísmo y la monotonía parecen dominar, pero el fin de año es un recordatorio de lo que realmente necesitamos: un rescate del humanismo, la verdadera esencia del ser humano.
La pasividad nos aprisiona, pero en el presente tenemos la libertad de actuar, de repensar nuestras elecciones y de resignificarlas. ¿Qué estamos creando con lo que tenemos ahora? ¿Estamos dejando que la vida nos arrastre o estamos moldeando el camino que queremos seguir? Cada paso es una oportunidad de rescatar algo profundamente humano dentro de nosotros.
Así como la vida no es lineal, nos desafía, nos enseña y, muchas veces, nos derrumba. Lo que importa no son las victorias o derrotas, sino cómo las manejamos. El aprendizaje constante, la evolución de nuestro ser, es lo que nos hace verdaderamente humanos.
El fin de año tiene que ver con el amor. El amor, en su forma más pura, nos sustenta: el amor por nosotros mismos, por nuestra capacidad de evolucionar, pero también el amor por el otro, por las relaciones. Ese amor nos recuerda que, a pesar de las dificultades y desafíos, no estamos solos; estamos conectados sistemáticamente.
Por lo tanto, al llegar hasta aquí, comprende que el fin de año, lejos de ser solo un hito de fiestas y promesas vacías, es un momento de regreso a lo esencial, a lo sagrado, al ‘Ser Humano’ en su verdadera esencia. La transformación que buscamos no viene de grandes eventos, sino del simple acto de vivir con más autenticidad, más conciencia y más amor.
Y más que cualquier promesa, el fin de año nos invita al amor ágape, al perdón, al respeto, pero, sobre todo, al reconocimiento de nuestra profunda humanidad. Nos desafía a mirar al otro y a nosotros mismos con más empatía, comprendiendo que la verdadera transformación viene de la aceptación, el perdón y la reconciliación.
Este es el momento de mirar con valentía nuestros propios sentimientos, de cuestionar cómo hemos vivido, y tomar una decisión clara: ¿seguiremos igual o decidiremos cambiar ahora? El fin de año no debe ser un reflejo de lo que queremos en el futuro, sino un retrato de lo que ya somos en el presente, y cómo hemos elegido vivir hasta ahora.
El fin de un ciclo más en el calendario no es solo la marca de un nuevo año, sino una invitación a abrir los ojos a lo que ya tenemos ante nosotros: el ahora. Cada segundo gastado proyectando el futuro nos aleja del momento presente. No esperes por un mañana idealizado para tomar las riendas de tu vida. El verdadero cambio ocurre cuando dejamos de posponer el ahora.
El fin de año, entonces, es mucho más que un reflejo de lo que pasó. Es un espejo que refleja la oportunidad de renacimiento dentro de nosotros, la oportunidad de reevaluar nuestras elecciones y hacer las paces con lo que somos. No se trata de ser perfectos, sino de ser completos, en toda nuestra complejidad humana.
Ahora es el momento. El futuro comienza en el ahora. La verdadera revolución comienza en tu interior, y en este ciclo que comienza, tienes la oportunidad de vivir en la totalidad de tu ser. Porque la vida está hecha de momentos, y es en el ahora donde se revela.
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