MIS REFLEXIONES Y ARTÍCULOS EN ESPAÑOL

Lo que nos mata también puede transformarnos – Estrés

Alrededor de 1960, el psicólogo fisiólogo estadounidense James Olds, profesor de la Universidad McGill en Montreal, Canadá, presentaba al mundo su descubrimiento más reciente que denominó el “Sistema Cerebral de Recompensa”. Utilizando técnicas de estimulación eléctrica en áreas cerebrales específicas de ratones a través de electrodos, identificó la región cerebral activada cuando estamos motivados, un hito significativo en la ciencia neurológica que permitió descubrir qué nos motiva realmente en la vida y en el bienestar. Se trata de una compleja red de neuronas activadas cuando participamos en actividades que generan éxtasis y placer. Este sistema proporciona una recompensa química hormonal cada vez que realizamos ciertas actividades, creando la necesidad de repetirlas o evitarlas. Biológicamente, su función específica y esencial es asegurar la supervivencia del individuo y de la especie, motivando comportamientos de supervivencia como aprender, comer, beber y reproducirse. El hipocampo (sistema límbico) memoriza rápidamente esta satisfacción, creando desencadenantes condicionados por la amígdala, una estructura cerebral muy involucrada en reacciones emocionales y en el aprendizaje de contenido emocionalmente relevante. Así, cuando nos enfrentamos a ciertas situaciones, nos sentimos más dispuestos y contentos con la vida. Otra región crucial en este proceso es el hipotálamo (sistema límbico), cuyos circuitos están interconectados con el sistema nervioso reptiliano, respondiendo a estímulos perceptivos del entorno.

A diferencia de otras acciones cerebrales, el sistema de recompensa opera de manera inconsciente, convirtiendo estímulos en acciones automáticas específicas a través de desencadenantes activados por la memoria almacenada a través de nuestros numerosos sentidos. Su composición se define principalmente en cinco regiones cerebrales: Núcleo Accumbens, Área Tegmental Ventral, Cerebelo, Glándula Pituitaria (o Hipófisis) y Amígdala. Este proceso comienza en el mesencéfalo, que produce dopamina, un neurotransmisor crucial en el sistema de comportamiento motivado por la recompensa, actuando en conjunto con la información del córtex en el núcleo accumbens, generando una sensación de bienestar y alegría.

El placer motivacional de despertar y luchar durante el día va más allá de la supervivencia. El cerebro, en su perfección, estimula el área de recompensa precisamente para luchar y superar las batallas diarias. Su activación se basa en el principio del logro, algo que implica sacrificio o dificultad, metafóricamente hablando, algo que realmente se ha “ganado”. En su búsqueda constante de crear patrones asociativos, ahora sabemos que el cerebro humano necesita operar de manera que represente nuestra capacidad de utilidad. Cuantas más demandas coloques en el cerebro con nuevas experiencias, mayor será el número de interconexiones neuronales, expandiendo así su capacidad de observar y relacionarse con el mundo. Crea asociaciones incluso con cosas inicialmente desconectadas, que pueden tener sentido más adelante. Estas asociaciones dan a los humanos la capacidad de crear algo nuevo, y esto genera un inmenso placer, siendo uno de los principales activadores del sistema de recompensa. Por definición, su activación es comprensiva, considerando la evolución social humana. Existe una búsqueda constante de lo nuevo, crear, inventar, conquistar y desafiar.

Simultáneamente, nuestro cerebro intensifica el estrés como una intención fundamentalmente positiva de supervivencia. El estrés es crucial para nuestra supervivencia en situaciones constantes de peligro. Este mecanismo se originó con nuestros ancestros que enfrentaban luchas diarias, defendiéndose de amenazas inminentes. Nuestro cerebro ha desarrollado tres formas inconscientes de reaccionar al peligro: luchar, huir o congelarse. Independientemente de la reacción tomada, el cuerpo humano, a través de comandos cerebrales, optimiza su capacidad de readaptarse a estos momentos utilizando una serie de mediadores químicos (siendo la adrenalina la más popular), desencadenando reacciones fisiológicas ante el peligro. Por ejemplo, cuando percibimos peligro, el sistema nervioso simpático estimula acciones que permiten al cuerpo responder a situaciones de estrés, como acelerar los latidos del corazón, aumentar la presión arterial, liberar adrenalina, alterar la concentración de azúcar, activar el metabolismo general del cuerpo, entre otros. Todos estos procesos son automáticos, independientemente de nuestro control o voluntad.

Después de superar el desafío, comienza la fase de pos-estrés. Después de salir ilesos del incidente, se inicia el proceso de reversión al estado inicial de todos los cambios desencadenados por el sistema nervioso simpático. Las descargas electroquímicas hacen que los sistemas vuelvan a un estado homeostático para su funcionamiento habitual. Así, el sistema nervioso parasimpático comienza su acción, representada por efectos calmantes, apaciguando y restaurando el “control” del cuerpo después de una situación de emergencia. Las reacciones como la frecuencia cardíaca, la circulación sanguínea y la expresión facial vuelven a la normalidad. Cualquiera que haya experimentado un gran susto sabe que después, las piernas tiemblan y, a veces, caminar se vuelve bastante desafiante.

El término “estrés” fue adoptado de la física, donde designa la tensión y el desgaste a los que están expuestos los materiales. Fue utilizado por primera vez en el sentido contemporáneo en 1936 por el psicólogo austro-canadiense Hans Selye, en la revista científica Nature. Selye empleó este término para referirse a los cambios ocurridos en el organismo frente a estímulos ambientales que salen de la rutina y que, de alguna manera, podrían representar una amenaza. Su uso se basó en la observación de las respuestas de los roedores en sus estudios, donde administró drogas que provocaron úlceras y atrofia en algunos y, sorprendentemente, observó síntomas similares en otro grupo al que solo le aplicó solución salina. También notó que las reacciones comportamentales de los roedores eran idénticas cuando se enfrentaban a situaciones estresantes como ruido, cambios extremos de temperatura, exposición a sustancias tóxicas, entre otros. Concluyó que el organismo reacciona y se deteriora cuando se somete a situaciones en exceso, agresión o incluso al convivir con otros estresados.

El estrés es algo natural y necesario; ha sido parte de todo el proceso evolutivo del ser humano y está asociado a interacciones sociales y afectivas en nuestra vida diaria. Como parte de nuestra herencia primitiva, los humanos viven en una constante lucha por su supervivencia, adaptándose y superando cada desafío. Nuestra historia se origina en un mundo caótico con escasos recursos, donde las batallas eran constantes. En este proceso evolutivo, el hombre se reinventó, superó sus propios límites y avanzó intrínsecamente en la necesidad evolutiva de adquirir medios más prácticos para una mejor calidad de vida, con más salud, comodidad, estabilidad y longevidad. Se dice que para el hombre, el cielo es el límite, pero hoy hemos superado todos los límites.

Muchos creen que el ser humano vive en una búsqueda constante del deseo incesante de encontrar su propia felicidad. En este largo camino, el hombre ha enfrentado condiciones adversas y tragedias, como inundaciones, sequías, hambrunas, enfermedades, epidemias, guerras, etc. Las incertidumbres acompañadas del temor a la propia existencia han dado forma a lo que es hoy. A priori, el estrés tiene motivadores muy importantes para la vida humana. Algunos estudios sugieren que su principal objetivo, además de mantenernos alerta, enfocados y con un alto nivel de energía, también es responsable de la capacidad de sociabilidad en la sociedad, ya que entre las hormonas producidas se encuentra la oxitocina, que permite socializar y obtener apoyo y ayuda para resolver problemas.

El estrés está presente en todos los animales, impulsados por el instinto de supervivencia, alerta ante los ataques de sus depredadores. Sin embargo, solo el ser humano es capaz de generar su propio estrés. Este solo existe cuando se le presta atención, cuando un hecho se considera un problema. Por ejemplo, sufrir un incidente de tráfico puede considerarse simplemente desagradable, pero para algunos, ese hecho se convierte en un verdadero problema, transformando lo que debería ser un evento reaccionado a través de una emoción negativa en un contribuyente al estrés.

La mente humana se estimula por la capacidad de creer que tenemos control sobre nuestra propia vida. Esta capacidad, sea verdadera o no, es decir, simplemente creer que se tiene control sobre la vida, puede representar quizás el motivador más importante que poseemos y que nos impulsa a sobrevivir. Uno de los desencadenantes más intensos del estrés está relacionado precisamente con la pérdida de este control, la falta de creer en uno mismo y en lo que hace. Esto ocurre cuando el estrés deja de ser algo puntual y se convierte en una sensación dominante en la vida, reflejo de cómo empezamos a relacionarnos con el mundo. En un proceso de estrés intenso y prolongado, el Sistema Cerebral de Recompensa se vuelve menos sensible hasta desactivarse; así, las recompensas de no realizar una acción parecen más gratificantes que llevarla a cabo. Por naturaleza, somos seres sensibles a las consecuencias inmediatas de nuestro comportamiento y menos sensibles a las consecuencias a largo plazo; con el estrés, esta tendencia tiende a empeorar.

Con el tiempo, el mundo ha ido cambiando y se han producido transformaciones en torno al ser humano. Las necesidades ya no son las mismas, y el estrés del mundo moderno es muy diferente al que existía en el pasado. La sociedad actual vive en una “selva” ahora compuesta por concreto, inmersa en entornos casi siempre hostiles, donde la presión diaria para la supervivencia se vuelve cada vez más intensa, individual y ansiosa. La modernidad nos ha traído, de cierta manera, formas únicas de vivir, con más comodidades, facilidades y conocimientos, pero lejos de traer más paz. Sin duda, ha habido una transformación en la forma de ver la vida, pero, según se percibe, estamos cada vez más ansiosos, apresurados, agotados, en un estado permanente de alerta, ya sea por la falta de seguridad, el tráfico, la contaminación, el ruido, el exceso de trabajo, la mala alimentación, entre otras muchas demandas diarias que exigen respuestas inmediatas. La esencia de la urgencia se vuelve dominante en la vida de todos. Además, están las relaciones con personas a las que amamos, pero que no siempre son fáciles de manejar.

La propia percepción de la existencia, entrelazada entre las angustias del pasado y la ansiedad del futuro, se ve afectada por la inestabilidad socioeconómica y las incertidumbres sobre el futuro del país, del mundo y, en última instancia, de los rumbos que puede tomar nuestra vida. Además, pasamos muchas horas al día con personas con las que no elegimos estar, y no siempre estamos de acuerdo con las decisiones y elecciones de nuestros empleadores. Frecuentemente presenciamos interacciones con individuos y autoridades que, en ocasiones, no priorizan el respeto y la capacidad de ser moralmente capaces. El psicólogo Gert Kaluza, director del Instituto de Salud Psicológica en Marburg, Alemania, afirma que “cada vez más personas enfrentan una profunda sensación de soledad y desamparo; muchos ven en la profesión el único elemento de identidad personal, pero la contrapartida es que las tensiones laborales, o incluso la falta de empleo, ocupan un espacio enorme y definen gran parte de la vida de hombres y mujeres”. Todos estos factores, junto con los provenientes de la propia psique humana, agravan el distanciamiento inherente que estamos experimentando cada día respecto a nuestro bienestar. Cuando esto sucede, el cuerpo a menudo comienza a reaccionar de manera permanente, intensificando el estado de estrés, lo que puede llevar desde secuelas como la procrastinación, actuando como si una fuerza externa nos impidiera actuar y generando una distorsión en los pensamientos por la desmotivación del sistema de recompensa, hasta llegar al extremo del estrés y causar perjuicios irreversibles en la salud y la vida personal y social.

Entonces, podemos decir que el estrés ocurre cuando tenemos un problema que resolver, manifestándose a través de un conjunto de cambios que el cuerpo realiza inicialmente para lidiar con las dificultades. Hace que el cuerpo humano responda apropiadamente a los desafíos; sin embargo, sus respuestas se vuelven diferentes a medida que los problemas persisten, requiriendo nuevas formas biológicas para superarlos. Lo que se suponía que iba a hacer el bien puede convertirse en una pesadilla.

Para una comprensión completa, resumamos las tres formas específicas de estrés:

1. Primera Respuesta:

   La respuesta inicial del cuerpo al estrés es intencional para despertar sus capacidades y enfocarse en el problema. Aquí, se activa el sistema límbico. Las amígdalas y el hipotálamo comienzan a actuar, permitiéndote pensar más rápido con respuestas ágiles y objetivas, centrándote en el problema. Además de la activación del sistema nervioso simpático, automáticamente hay un aumento en la disponibilidad de energía para la acción. En este momento, el hipotálamo también estimula la producción de oxitocina, que, entre otras funciones, está relacionada con el desarrollo del apego y la empatía entre las personas, y produce una sensación de miedo a lo desconocido, con la intención de aumentar la posibilidad de buscar ayuda de otros.

2. Segunda Respuesta:

   Si el problema no se resuelve positivamente en la primera etapa, comienza el proceso de activación de la segunda respuesta. La segunda respuesta al estrés comienza con la activación de la glándula adrenal, inyectando adrenalina en el cuerpo, reforzando todos los efectos. Si estas dos respuestas aún no son suficientes, el cuerpo comienza automáticamente a producir cortisol. El cortisol tiene como objetivo reforzar aún más los efectos ya generados.

3. Tercera Respuesta:

   Si, después de todo esto, no hay una respuesta positiva, el cuerpo comienza a cambiar su modo de acción. Este tercer desencadenante del estrés tiene analogía con la idea de una reacción hormonal del cortisol con el enfoque en la supervivencia. La mente humana, al darse cuenta de que no pudo resolver el problema (interpretación inconsciente de la mente humana), comienza a cambiar su forma de reaccionar. Inversamente al objetivo inicial del estrés, el cuerpo comienza a almacenar energía para protegerse en caso de que este problema persista por mucho tiempo, como si estuviera ahorrando “combustible” para permitir que su viaje continúe hasta encontrar una solución. Esta respuesta sería perfecta si el precio a pagar por ello no fuera tan alto.

   El primer síntoma de la reacción hormonal del cortisol es la acumulación de grasa, principalmente en la región abdominal. Además, surge la sensación de cansancio para evitar el gasto de energía “innecesario”, lo que reduce la motivación, desactivando el área del sistema de recompensa. La persona se vuelve más lenta, más procrastinadora y desanimada, y luego comienza a distanciarse de los demás. Con el tiempo, el hipocampo se ve bombardeado por los efectos del estrés hormonal crónico. Entre otras funciones, el hipocampo puede mantener nuestro horario organizado, proporcionándonos una sensación de control. El problema es que cuando estamos bajo este estado de estrés, este horario se ve perjudicado, volviéndonos más ansiosos. Esto se debe al exceso de descargas químicas hormonales, reduciendo drásticamente la producción de nuevos neuronas (neurogénesis) en esta región. El cortisol actúa en el hipotálamo directamente en el hipocampo, y su exceso obstaculiza el funcionamiento de esta región, perdiendo neuronas y, consecuentemente, perdiendo funcionalidad de control, amplificando aún más el estrés. Si no encuentras formas de “frenar” esta tercera etapa mediante intervenciones psicosomáticas, el resultado a medio y largo plazo es convertirse en un ciclo vicioso e intenso, llevando a graves agravamientos para la supervivencia, incluida la muerte.

El estrés agudo puede causar desde asma hasta enfermedades dermatológicas, pasando por enfermedades alérgicas e inmunológicas, e incluso puede desencadenar desde una simple gastritis hasta úlceras, y también lesiones en la capa interna de las arterias coronarias (aterosclerosis), isquemia del miocardio, que se acompaña de dolor en el corazón (angina), e incluso trombosis o infarto de corazón. Además de la irritabilidad, debilidad, nerviosismo, miedos, rumiación de ideas, exageración de fallas y actos obsesivos, así como rituales compulsivos, angustia, excesiva sensibilidad a provocaciones y discusiones. También, una disminución o aumento del apetito, cambios en el sueño, apatía, letargo afectivo, pérdida de interés y rendimiento sexual, llegando a la depresión y al suicidio.

Muchos eventos en nuestras vidas son tan estresantes que se caracterizan como situaciones de trauma (lesión o daño) psíquico, siendo reconocido como un nuevo síndrome, Trastorno de Estrés Postraumático, una verdadera enfermedad perteneciente al estudio de la angustia. Esta enfermedad ocurre con casos agudos de angustia, donde la persona está expuesta a situaciones que desencadenan síntomas ansiosos severos, que experimentaron durante la violencia a la que estuvieron sometidos. Salir del estrés agudo a menudo requiere la ayuda de amigos y familiares, de todos los que pueden estar a nuestro lado. Cuando perdemos el control, se vuelve más difícil encontrar un camino de regreso por nosotros mismos. Casi siempre, salir de este estado requerirá la ayuda de un especialista y probablemente intervenciones medicamentosas.

La ciencia hoy en día muestra que es posible acelerar este proceso de rehabilitación, así como también hay formas de minimizar el efecto del estrés y fortalecerse para que no alcance su etapa más devastadora, que es el estrés agudo. Por lo tanto, presento aquí al menos 5 motivadores importantes que ayudarán a Controlar el Estrés:

– EL AHORA:

La primera reflexión que debemos hacer es sobre nosotros mismos. Debemos percatarnos de cuánto nos estamos siendo tóxicos en nuestras relaciones y acciones en los entornos en los que convivimos. La vida moderna nos sumerge, casi siempre, en un maremoto de tareas, información, responsabilidades, exigencias, metas y mucho más. Dado que tendemos a automatizar nuestras acciones, terminamos tomando rumbos en nuestra vida sin percatarnos, llevados únicamente por la influencia externa social, muy lejos de lo que es verdaderamente introspectivo, perdiendo el ritmo de la vida, lo que nos impide desacelerar y reflexionar un poco sobre dónde hemos estado, dónde estamos y hacia dónde vamos. Las investigaciones han demostrado que el 41% de los profesionales realizan actividades que no aportan ningún tipo de valor ni a ellos mismos ni a la empresa para la que trabajan. Gran parte del tiempo de los ejecutivos que participaron en la encuesta se pierde debido a su propia vanidad, deteriorando la calidad y el contenido del trabajo ejecutado.

Esta conciencia de percibir, ver y respetar los valores del camino recorrido hasta ahora, permitir sentir la presencia en EL AHORA y tener objetivos propios, claros y concisos, lejos de la superficialidad, dueños de nuestras propias riendas, es lo que conducirá a objetivos concretos e importantes, haciendo la vida más armoniosa. El estrés, al igual que la alegría, es contagioso. Estar bien con la vida inducirá toda la perspectiva de quienes nos rodean. Influimos y somos influenciados ininterrumpidamente en nuestras relaciones. El hecho es que el ser humano siempre tiende a acercarse a lo que se le asemeja. Las personas estresadas y descontentas atraerán e infectarán aún más a personas con las mismas características emocionales, convirtiéndose en un ciclo sin precedentes. Por otro lado, las personas felices y contentas repelerán a aquellos que están en la vibración emocional opuesta.

– ACTIVIDAD FÍSICA:

Hoy sabemos que el ejercicio físico, sea cual sea, siempre que se realice de manera activa, saludable y placentera, aumenta la capacidad del cuerpo para lidiar con el estrés, inhibiendo las acciones negativas. Las actividades físicas generan una hormona en el cuerpo llamada prolactina, altamente ansiolítica y que aporta control en situaciones problemáticas. Otra ventaja del ejercicio físico es su acción sobre el hipocampo, la región responsable de las memorias. El cerebro tiene la capacidad de producir nuevas neuronas en algunas regiones, especialmente en el hipocampo. El ejercicio físico estimula esta producción, lo que es inversamente proporcional al estrés, reduciendo drásticamente la producción de nuevas neuronas. El cortisol actúa sobre el hipotálamo directamente en el hipocampo, y su exceso perjudica el funcionamiento de esta región. Recuerda que la pérdida de neuronas se refleja en la pérdida de funcionalidad en la sensación de control que tenemos sobre nosotros mismos (agenda), haciendo nuestras vidas mucho más difíciles y ansiosas. (Aquí hay un consejo importante: Ten cuidado de no convertir una actividad saludable en un sacrificio, convirtiendo el placer en estrés).

– CONEXIÓN HUMANA:

Una de las vacunas más importantes contra el estrés es precisamente la capacidad humana natural de socializar a través del contacto humano. El toque cariñoso puede ser uno de los mejores remedios para el estrés. Hoy sabemos que tenemos sensores en la piel que responden específicamente al cariño; actúa directamente en la corteza insular (que coordina las emociones y es responsable del gusto), mejorando nuestra capacidad para responder al estrés, actuando directamente en el hipotálamo e hipocampo (ambos en el sistema límbico). Produce oxitocina, que, entre otras funciones nobles, desarrolla el apego y la empatía entre las personas, también conocida como la hormona social. Reduce de manera precisa, directa y rápida el estrés crónico. Es por eso que a menudo se recomienda el masaje en el tratamiento. El masaje es un gran analgésico para el estrés, a diferencia de la soledad, que es un acelerador y desencadenante del estrés. Ahora, ¡no olvides! Abrazar con cariño y ternura a otra persona siempre es más fácil, rápido y no tiene precio.

– CONVIERTE EL PROBLEMA EN SOLUCIÓN:

El pensamiento sistémico es la forma de observar el todo y no solo las partes que forman el todo. Es decir, no importa cuánto cada parte tenga sus peculiaridades, cualquier movimiento en una de las partes puede influir en todas las demás. Por eso, es inútil, por más que quieras esforzarte en resolver un problema centrándote en una única respuesta; difícilmente será la mejor. Antes de tomar una decisión importante, tenemos que evaluar todas sus variables, posibilidades y consecuencias a través de una visión sistémica. Muchas veces, surgen problemas donde la clave de su solución radica precisamente en la forma de observar el sistema. Piensa fuera de la caja y expande tu mente. Así, cuando estemos involucrados en problemas o dudas, podemos recurrir a nuestra visión sistémica y evaluar de manera global todas las ventajas y desventajas que cada situación nos presenta. Cuando este problema comienza a perpetuarse, puede perder el control y tender a aumentar, en un proceso de contaminación progresiva. Salir del problema requiere mirar las cosas de otra manera, enfrentarlas con valentía, ser flexibles, tener humildad, ser capaces de pedir ayuda y saber escuchar a los demás. Todo esto forma parte del proceso para buscar la mejor solución. Ten en cuenta que muchas veces el problema radica en nuestra ceguera hacia hechos que no nos permiten relacionarnos con lo que realmente es el problema. Todo problema tiene una solución y si no hubiera solución, no sería posible encontrar un problema.

MEDITACIÓN:

Después de innumerables estudios científicos, ya no hay duda: meditar ayuda a vivir la vida de una manera mucho más liviana, ampliando significativamente la capacidad para fortalecer nuestras defensas y motivar nuestra autosatisfacción, independientemente de lo que nos suceda en la vida. Pero la ciencia también advierte que para que haga toda la diferencia, se necesita persistencia para repetir el procedimiento día tras día. No es necesario ir a un templo budista o a un entorno refinado. Meditar no cuesta nada y no requiere grandes recursos ni condiciones excepcionales para practicar, mucho menos un largo tiempo de entrenamiento previo o un conocimiento profundo de la técnica. Al contrario, lo más importante es querer, sentarse y respirar durante unos minutos siguiendo algunas orientaciones básicas que se encuentran hoy en día en todas partes.

Técnicas sofisticadas de investigación, como la resonancia magnética funcional, muestran que varias estructuras neurológicas se modifican con la práctica. El psicólogo cognitivo Zindel Segal, profesor del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Toronto, y Mark Williams, del Centro de Estudios de Meditación de la Universidad de Oxford, realizaron estudios que demuestran que la meditación ayuda a prevenir y fortalecer nuestras emociones. Aumenta significativamente el grosor cortical, prolongando las células nerviosas en las conexiones sinápticas de la ínsula cerebral. El cerebro de las personas estresadas se acostumbra a acciones cognitivas que desencadenan problemas como la ansiedad a través de pensamientos depreciativos sobre sí mismas. La meditación ayuda al paciente a ser consciente de emociones, fantasías, recuerdos y situaciones que pasan por su mente consciente, ayudando a comprenderlas y aceptarlas. Los investigadores concluyeron que la práctica puede ser tan eficaz como los antidepresivos para evitar una recaída. “Los efectos positivos de la meditación para la salud se basan en una modificación de la actividad cerebral. La idea es que la persona comience a identificar sus procesos automáticos y, a través de la reflexión, pueda alterarlos”, dice Segal. Además, puede ayudar en el aprendizaje, la concentración, ampliar la capacidad de autoconocimiento, apoyar el control de las propias emociones, provocar una sensación de paz e intensificar la sensación de bienestar.

Sepa que el estrés en la vida es inevitable. El secreto es ser consciente de cómo está nuestra relación con la vida y cuánto estamos preparados para superarlo. Esto marcará toda la diferencia en nuestra vida y bienestar. No importa lo que hayas construido a tu alrededor, si no condicionas tu mente y cuerpo, no valdrá de nada, después de todo, el estrés es un gran motivador, pero también puede representar tu fin. Sea cual sea la razón del estrés, podemos fortalecernos para superarlo. La forma más sencilla de mantener el compromiso con la vida es darse cuenta de que hay vida a nuestro alrededor, para así fragmentar todas nuestras relaciones con ella.

Para escapar de nuestras propias trampas, lo mejor es darse tiempo para uno mismo. Aunque haya mucho trabajo por delante, lo importante es avanzar siempre, pero nunca pensar que el mundo va a acabar en cualquier momento. Siempre podemos condicionarnos a empezar y terminar el día sabiendo quiénes somos, tratando con respeto nuestro bien más preciado, que es nuestro cuerpo.

Si aún parece demasiado, aprende a controlar tus propias elecciones, sabiendo distinguir lo más importante de lo menos importante. Ahí, tal vez, servirá como motivación para vivir mejor la vida.

Buena suerte al comenzar el cambio mañana… o quizás, ¡ahora!

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GRACIAS POR LEER Y VER A MARCELLO DE SOUZA EN OTRA PUBLICACIÓN EXCLUSIVA SOBRE EL COMPORTAMIENTO HUMANO

¡Hola, soy Marcello de Souza! Comencé mi carrera en 1997 como líder y gerente en una gran empresa del mercado de TI y Telecomunicaciones. Desde entonces, he participado en importantes proyectos de estructuración, implementación y optimización de redes de telecomunicaciones en Brasil. Inquieto y apasionado por la psicología del comportamiento y social. En 2008, decidí adentrarme en el universo de la mente humana.

Desde entonces, me he convertido en un profesional apasionado por descifrar los secretos del comportamiento humano y catalizar cambios positivos en individuos y organizaciones. Doctor en Psicología Social, con más de 25 años de experiencia en Desarrollo Cognitivo Conductual y Organizacional Humano. Con una amplia carrera, destaco mi actuación como:

– Master Coach Sénior y Formador: Guiando a mis clientes en la búsqueda de metas y desarrollo personal y profesional, obteniendo resultados extraordinarios.

– Chief Happiness Officer (CHO): Fomentando una cultura organizacional de felicidad y bienestar, impulsando la productividad y la participación de los empleados.

– Experto en Lenguaje y Desarrollo del Comportamiento: Potenciando habilidades de comunicación y autoconocimiento, capacitando a individuos para enfrentar desafíos con resiliencia.

– Terapeuta Cognitivo Conductual: Utilizando terapia cognitivo-conductual de vanguardia para ayudar a superar obstáculos y lograr una mente equilibrada.

– Conferencista, Profesor, Escritor e Investigador: Compartiendo conocimientos e ideas valiosas en eventos, capacitaciones y publicaciones para inspirar cambios positivos.

– Consultor y Mentor: Aprovechando mi experiencia en liderazgo y gestión de proyectos para identificar oportunidades de crecimiento y proponer estrategias personalizadas.

Mi sólida formación académica incluye cuatro postgrados y un doctorado en Psicología Social, junto con certificaciones internacionales en Gestión, Liderazgo y Desarrollo Cognitivo Conductual. Mis contribuciones en el área son ampliamente reconocidas en cientos de clases, entrenamientos, conferencias y artículos publicados.

Coautor del libro “El Secreto del Coaching” y autor de “El Mapa No Es el Territorio, el Territorio Eres Tú” y “La Sociedad de la Dieta” (el primero de una trilogía sobre el comportamiento humano en la contemporaneidad – 09/2023).

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2 Comentários

    • Marcello De Souza

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