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INDEPENDENCIA EMOCIONAL NO ES UNA OPCIÓN

“La independencia emocional no se trata solo de resistir a las mareas de la influencia externa, sino de construir una fortaleza interna donde la verdad sea guardiana y las relaciones se basen en sólidos cimientos de autenticidad.” (Marcello de Souza)

En un escenario donde la superficialidad, la inmediatez y el individualismo parecen moldear los fundamentos de las interacciones humanas, surge la pregunta esencial: ¿Cómo podemos alcanzar la independencia emocional en medio de este contexto desafiante? Navegar por las relaciones en el mundo contemporáneo requiere una comprensión profunda de uno mismo y del impacto que tienen las complejas dinámicas sociales en nuestras emociones. En este sentido, te invito a adentrarte en esta reflexión sobre la independencia emocional, explorando caminos que nos conduzcan a un estado de equilibrio y autenticidad en las relaciones interpersonales.

En este artículo, espero que entiendas que la independencia emocional no solo se trata de buscar estabilidad interna en un mundo de cambios constantes. Es, sobre todo, un viaje que nos lleva al dominio de las relaciones interpersonales, ofreciéndonos la capacidad de preservar nuestra autenticidad frente a las presiones sociales. En un contexto marcado por la superficialidad, comprender y cultivar la independencia emocional se convierte en una brújula esencial, guiándonos a través de aguas turbulentas y proporcionando un ancla segura en medio de los desafíos de las interacciones humanas. Explorar este camino no es solo un acto de autodescubrimiento, sino una estrategia vital para preservar nuestra verdad en un mundo que a menudo nos invita a perderla.

INDEPENDENCIA EMOCIONAL

El hecho es que compulsivamente la necesidad de sobrevivir en un mundo tan ansioso nos lleva a la angustia de volvernos necesitados de nosotros mismos. Estamos perdiendo nuestra autonomía para ser quienes somos. Claramente, esto se refleja en una sociedad cada vez más superficial, enferma, individualista y materialista. Con esto, la opresión por la ansiedad y la fuerza de la inmediatez a menudo nos impiden seguir adelante con nuestras vidas sin sacrificar nuestras relaciones, haciéndolas más apáticas, frágiles, sin sentido, inapropiadas, incomprensibles y, a veces, dependientes y egocéntricas.

Estamos atravesando un período social donde la moral se ha vuelto líquida, como dijo una vez Bauman. Estamos experimentando un período social donde muchas personas han tenido que renunciar a sus propias responsabilidades, encontrando en los demás la razón de lo que no es, recurriendo a medios para que las condiciones experienciales se distorsionen dentro de los aspectos del entorno social al que estamos sometidos y que generan desesperanza, convirtiéndose en parte de la angustiosa supervivencia en la condición existencial volátil.

Esto me lleva a una extraordinaria reflexión de Nietzsche en “Gaia”: “Y si un día un demonio se colara en tu soledad más solitaria y te dijera: ‘Esta vida, tal como la vives ahora y como la has vivido, tendrás que vivirla de nuevo y de nuevo incontables veces: y no habrá nada nuevo, cada dolor y cada placer (…) volverán (…). ¿No te arrojarías al suelo y rechinarías los dientes y maldecirías al demonio que te habló así? ¿O has vivido alguna vez un momento inmenso, en el que le responderías: ‘Eres un dios y nunca he oído nada más divino!'” Esta provocación nos insta a examinar cuidadosamente las elecciones que hacemos en la vida, cuestionando la dirección que le damos y los fundamentos de nuestras decisiones. Se vuelve esencial desarrollar discernimiento para distinguir los elementos centrales de los accesorios, lo esencial de lo superficial.

En ausencia de un equilibrio emocional subyacente en nuestras relaciones, corremos el riesgo de volverse volubles. En otras palabras, cuando dejamos de ser fieles a nosotros mismos, comenzamos a forjar nuestros propios demonios, representados por diversas personas que emergen en diferentes momentos. Estas personas fluyen de manera maleable, adaptándose a las circunstancias de cada relación, y pueden adoptar diferentes formas según las demandas específicas de cada situación, transformándonos en el “otro” y ya no en nosotros mismos. Al descuidar esta realidad, evitando nuestra propia responsabilidad, buscamos razones y chivos expiatorios para justificar la inevitabilidad de nuestra existencia. Nos volvemos complacientes con la idea de que los valores, normas y reglas impuestos sobre nosotros deben ser aceptados pasivamente, sin nunca reflexionar sobre ellos. Al engañarnos, creyendo erróneamente que somos dueños de nuestras acciones, este engaño intrínseco resulta en la desaparición de nuestra identidad, convirtiéndonos en seres vacíos y dependientes de los demás.

Como seres sociales, no está intrínseco a nuestra naturaleza humana vivir en el anonimato o en el aislamiento. A diferencia de otros animales, los seres humanos dependen del afecto de otras personas desde el nacimiento, ya que nuestros instintos por sí solos no son suficientes para asegurar nuestra supervivencia de manera solitaria. En este sentido, las alegrías que experimentamos están directamente vinculadas a la calidad y al equilibrio de nuestras interacciones con el mundo, desempeñando un papel esencial en nuestro bienestar físico, psicológico, social y espiritual. Sin embargo, ante un mundo caracterizado por la constante búsqueda de la felicidad, el espectáculo, el vacío y la falta de discernimiento, a menudo perdemos el equilibrio, incapaces de distinguir claramente entre nuestra autonomía y dependencia del “otro”.

Esta falta de discernimiento tiene un impacto despiadado en nuestra capacidad para cultivar relaciones sanas y mutuamente satisfactorias, influyendo significativamente en nuestras emociones con respecto a la vida, la continuidad, la felicidad y el desarrollo humano.

¿Qué Son los Afectos?

¿Qué son los afectos? Podemos concebir los afectos como las sutiles transformaciones temporales que experimentamos en nuestro compromiso con el mundo. En otras palabras, son las respuestas subjetivas a los continuos cambios que la vida provoca en nosotros. Su naturaleza es intrínsecamente subjetiva, y su expresión se manifiesta a través de sensaciones que dan significado a los efectos objetivos de las interacciones, actuando como agentes transformadores de comportamiento que moldean nuestra percepción. Es fundamental entender que cada experiencia sensorial se traduce en afecto, representando los reflejos de las influencias del mundo en nuestra existencia. Cada sensación, por lo tanto, es un resultado directo de nuestro compromiso con el entorno que nos rodea.

Por un lado, hay individuos que participan en una batalla incesante para evitar cualquier posibilidad de depender de otros para lograr la libertad. Están inmersos en una lucha constante consigo mismos, creyendo que el egoísmo es la clave para preservar su individualidad, sin darse cuenta de que esto a menudo puede resultar en una vida solitaria, amarga, triste y desilusionada. Por otro lado, encontramos personas que luchan por depender de sí mismas, perdiendo la autonomía necesaria para vivir plenamente. Terminan convirtiéndose en dependientes emocionales, buscando en otros la fuente de la felicidad, el bienestar, el amor e incluso las decisiones personales. En ambos extremos, rara vez se encuentra el camino hacia el verdadero bienestar en la vida.

La búsqueda del equilibrio en la existencia a menudo nos permite alinear nuestras elecciones con nuestros deseos, y lo mismo se aplica a los afectos. Comprender la Independencia Emocional puede ser la guía para este equilibrio, que, ante todo, proporciona la alegría de estar en paz consigo mismo. Esta comprensión hace que la vida sea más armoniosa y feliz, destacando la importancia de cultivar una autonomía emocional saludable.

El desequilibrio en las relaciones, su opuesto, emerge como el catalizador de graves trastornos emocionales, dando lugar a lo que comúnmente llamamos Dependencia Afectiva. Para profundizar en nuestra comprensión de este fenómeno, comenzaremos con las sabias palabras de Baruch Spinoza, uno de los filósofos más prominentes de la historia. Spinoza postula que cada ser humano ejerce influencia y es influenciado por otros seres humanos, convirtiendo la vida en un intrincado juego de encuentros afectivos. Estos encuentros constituyen la esencia de los altibajos en nuestra relación con el mundo, capaces de proporcionar alegrías que nos energizan y nos capacitan para seguir adelante en el viaje de la vida. Sin embargo, cuando un encuentro afectivo nos disminuye, nos vuelve pasivos, nos causa tristeza y nos roba la acción, la potencia y la energía necesarias para vivir plenamente.

La perspectiva de Espinoza sobre la Alegría es crucial para comprender los Afectos, ya que representa la máxima expresión de la vida. La alegría es la traducción suprema de los encuentros afectivos, siendo la fuente primordial de poder y vitalidad. Según argumenta Espinoza, cobramos vida cuando experimentamos alegría y perdemos vida cuando la tristeza se instala. Esta dinámica fundamental resalta la influencia significativa que los Afectos ejercen en nuestra existencia, dando forma a la calidad de nuestras relaciones e impactando directamente nuestra capacidad para experimentar alegría y plenitud.

Profundizando en mi reflexión, recurro a las palabras del notable filósofo Sartre, quien afirma: “La existencia precede a la esencia”. El existencialismo humanista de Jean-Paul Sartre nos enfrenta con la idea de que el ser humano simplemente existe, partiendo del principio de que la definición del SER es una construcción intrínseca del individuo. Sartre enfatiza que primero surge lo que es real, presente, en el ahora, y luego emerge lo ideal, aquello a lo que podemos aspirar. Él subraya la no existencia de una naturaleza lista, terminada y predefinida. Todos somos libres, dotados de la capacidad de tomar decisiones en nuestra interacción con la vida, y la esencia del individuo se delinea a través de sus propias acciones. Por lo tanto, estamos condenados a la libertad, sin la presencia de un destino predeterminado. La vida no está regida por una idea fija de destino; somos los arquitectos de nuestro propio destino. Esta libertad, sin embargo, requiere una comprensión clara de nuestros pensamientos, la capacidad de analizar críticamente nuestras elecciones con una perspectiva distante de nosotros mismos. En este contexto, las palabras de Hamlet, de Shakespeare, resuenan: “Muéstrame a un hombre que no sea esclavo de la pasión y lo seguiré, porque él es dueño de sí mismo”.

La verdad es que no podemos negar que en los tiempos actuales, aunque sea por unos momentos, terminamos experimentando una vida algo utópica, distante, sin sentido y engañada dentro de nuestra propia introspección, siendo controlados o manipulados por otro, afectando nuestra condición de elecciones en nuestras relaciones con la vida. Dentro de esta inconsistencia e incertidumbre, el exceso de puntos de referencia socialmente establecidos y generalizadores origina el distanciamiento de nosotros mismos.

Se percibe que hay de hecho un creciente descuido colectivo, donde los valores del SER han sido reemplazados por los valores del TENER, en una reversión de la moral de cada uno. El miedo a la falta de pertenencia motiva la exageración individual de cada uno en no poder cuidarse más a sí mismo. A pesar de las excepciones ilusorias de relaciones y conexiones virtuales, el individualismo se expresa ferozmente e incluso en las conciencias más juguetonas, ha sido dominado por el miedo.

Soñamos con el Vuelo, Pero Tememos la Altura

Muchos ya no pueden encontrarse, no saben lo que quieren y mucho menos lo que sienten en las relaciones con la vida. Su libertad ha sido arrebatada por la desesperanza. Recurriendo a la dependencia en las relaciones, prefiriendo la falta de libertad a sufrir las angustias de elegir su propio camino, sus propias decisiones y tomar sus propias elecciones, haciéndolas vacías. Lo desconocido es parte de la forma de ser libre, sin embargo, las personas vacías no pueden soportar la angustia de la libertad de elecciones en la vida. Viven la ilusión de la libertad del otro, donde las certezas sobreviven, certezas que representan una forma convencional de vivir, engañados por justificaciones injustificables para temer la libertad de moverse, cambiar, interactuar, hacer diferente en ausencia de Afectos. Principalmente debido a la incapacidad de reconocer dentro de uno mismo los propios valores.

Esta renuncia a las propias responsabilidades, al encontrar en el otro la supuesta razón de lo que no es, perpetúa un ciclo de dependencia emocional. En lugar de enfrentar el desafío del vuelo hacia el espacio incierto de la libertad, muchos prefieren el confort ilusorio de las jaulas, donde las certezas ficticias ofrecen una sensación momentánea de seguridad. Sin embargo, esta búsqueda incesante de certezas externas y la renuencia a confrontar el vacío interior perpetúan la prisión de las propias limitaciones, impidiendo el florecimiento de un viaje existencial auténtico. En este contexto, Dostoyevski dijo: “Somos así: soñamos con el vuelo, pero tememos la altura.” Para volar, uno debe tener el coraje de enfrentar el terror del vacío. Porque es solo en el vacío que ocurre el vuelo. El vacío es el espacio de la libertad, la ausencia de certezas. Pero eso es lo que tememos: no tener certezas. Por eso cambiamos el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde viven las certezas”. Este intercambio, además de aprisionar, refleja una trayectoria sin sentido, sin objetivo, debido a la falta de razón que impide distinguir y honrar el propio viaje. Así, las virtudes esenciales del SER sucumben a la ineptitud de vivir la propia vida.

La afirmación de Dostoievski, proclamando que “El miedo a ser libre provoca orgullo en ser esclavo”, arroja luz sobre la complejidad de nuestras relaciones y el miedo intrínseco a la autonomía. Esta declaración evoca la melancolía que nos abruma cuando perdemos el control en las relaciones, sucumbiendo a la dependencia y transfiriendo la responsabilidad de áreas cruciales de nuestras vidas a otros. Es imperativo entender que reconocer la libertad y establecer un equilibrio en nuestras interacciones exige valentía para adentrarse en el universo de incertidumbres y desafíos diarios. Sin este compromiso, nos convertimos en prisioneros del excesivo apego a los demás, permeado por preocupaciones irreales como el temor al abandono. Lejos de promover relaciones saludables, esta dinámica perpetúa un ciclo de encarcelamiento emocional, oscureciendo la claridad necesaria para un viaje existencial satisfactorio.

El autor, al enfatizar que “Las jaulas son donde habitan las certezas”, pinta un vívido retrato de los límites autoimpuestos que sofocan nuestra vitalidad. En este escenario, nos encarcelamos en una “jaula”, resignándonos a una existencia monótona, desprovista de vitalidad, donde nuestra identidad deja de pertenecernos y pasa a ser propiedad ajena. Sin embargo, liberarse de este escenario es una empresa desafiante. La vastedad de los Afectos que impregna nuestro viaje crea una intrincada red de experiencias, a menudo oscureciendo nuestra visión moral. La verdad innegable es que toda transformación causa incomodidad. No todos están listos o inclinados a abrazar los cambios necesarios para evolucionar, un viaje que requiere la valentía de salir de la zona de confort, un acto complejo y desafiante. Este dilema refleja la lucha entre lo familiar y lo desconocido, entre la seguridad ilusoria de las “certezas” y la libertad pulsante que espera más allá de la “jaula”.

Más precisamente, la “zona de confort” es un refugio ilusorio que nos envuelve en la sensación tranquilizadora de estar contentos con el statu quo. Se manifiesta a través de patrones de acciones, pensamientos y comportamientos a los que estamos acostumbrados, desprovistos de cualquier miedo, ansiedad o riesgo. En este estado, repetimos una serie de comportamientos que proporcionan un rendimiento constante, aunque limitado, creando una falsa sensación de seguridad. Tal vez, el abismo de los Afectos no radique en la zona de confort en sí misma, sino en las elecciones que hacemos al recorrer caminos carentes de nuestros valores intrínsecos, descuidando la auto comprensión y la verdadera esencia. Es un salto a la opacidad, gobernado por el ego, inmerso en una moral social líquida, atado a hábitos y creencias, ignorando vastas posibilidades.

El miedo a la libertad, por lo tanto, es la angustia ante la necesidad de tomar decisiones. Este dilema refleja no solo la vacilación ante lo desconocido, sino también la incapacidad de ver más allá de las limitaciones impuestas por nuestra propia inercia, una ceguera que nos impide explorar plenamente las vastas potencialidades de la vida.

El miedo a la libertad es nuestro mayor temor y es angustioso en su naturaleza. Como resultado, surgen sentimientos de culpa, vacío y soledad. La incapacidad para elegir nuestros propios deseos hace que la vida sea aburrida, fútil, donde los sueños se pierden en el vertedero infinito de la tristeza impotente de ser quienes somos. Entonces nos convertimos en dependientes, susceptibles de aceptar la opinión de los demás, aquellos que nos convienen mejor y nos acogen, sin construir una razón, evitando la exposición y el desacuerdo en las relaciones, sumisos a nuestra propia inseguridad personal. En otras palabras, el hecho es que cuando no tenemos convicción sobre dónde estamos en el mundo de las relaciones, quiénes somos realmente, sobre nuestros deseos y principios, nos convertimos en marionetas en manos de aquellos que nos saludan, dándonos la falsa sensación de completar el fracaso que tenemos con nosotros mismos, ya sea por falta de seguridad, control, autoestima y todo lo que abarca nuestra madurez emocional.

Renunciar a nuestras convicciones nos aleja de nuestra verdadera esencia, oscureciendo nuestra visión objetiva y generando una dependencia emocional excesiva, innecesaria y permisiva. En este escenario, entregamos las riendas de nuestras relaciones con la vida a los demás. Las batallas diarias dejan de ser una búsqueda de felicidad, plenitud y satisfacción personal para convertirse en una necesidad desesperada de ser admirados por los demás, sin darse cuenta de que, gradualmente, nos sometemos a la esclavitud de la búsqueda ilusoria de Afectos, en búsqueda constante de amor y admiración.

La sumisión emocional, motivada por el miedo a ser verdaderos, nos hace reactivos, actuando para evitar perder el vínculo con los demás, alimentando el miedo a revelar nuestra autenticidad e inseguridad con respecto a nuestros propios valores.

Por lo tanto, hasta este punto, he buscado elucidar claramente los principales motivos y las consecuencias duraderas de la falta de Independencia Emocional. Es crucial entender que el miedo y la inseguridad personal, combinados con una falta de autoconocimiento en un mundo en constante cambio, constituyen los fundamentos esenciales para la generación de dependencia emocional, desde el principio sistémico. La incapacidad de embarcarse en un viaje interior nos hace incapaces de sanar las heridas emocionales que alimentan nuestras creencias limitantes, impidiéndonos superar las inmadureces emocionales que mantenemos con nosotros mismos.

Todo esto se relaciona con el hecho de que en el ritmo acelerado de un mundo de inmediatez, donde la atención difícilmente puede enfocarse hoy en algo importante, hay un peligro muy inminente de terminar perdiendo sensibilidad hacia los demás, y este no es el propósito de los Afectos. La Independencia Emocional entonces se convierte en la base para la forma del equilibrio empático, dentro del proceso de desarrollo de la madurez emocional como ser único, singular y auténtico. Cuanta más autoconciencia de nuestro propio SER, mayor es la libertad de elección y decisión en nuestras manifestaciones y la libertad de vivir. Por todo esto, es fundamental entender la Independencia Emocional. De una manera más resumida, podemos presentar la Independencia Emocional como el dominio introspectivo del SER en tener control cognitivo sobre los propios deseos en las interrelaciones que se mantienen con el mundo.

La Independencia Emocional no se trata de autosuficiencia, sino más bien de la capacidad de preservar la propia identidad en medio de diversas condiciones sociales, evitando la desambiguación emocional. Esta independencia implica mantener firmeza ante los propios valores, no permitiendo que otros influyan en decisiones, elecciones y concepciones de los Afectos. En esencia, es la capacidad de dominar el arte de ser uno mismo frente a las presiones externas.

La Independencia Emocional está más centrada en mejorar la calidad del bienestar individual y la razón de vivir que en la emancipación del mundo que nos rodea. En otras palabras, no se trata de aislarse del mundo por egoísmo o completa independencia social, sino más bien de desarrollar la capacidad de autoconocimiento, comprendiendo nuestras propias necesidades y deseos. Esto no implica vivir de forma introspectiva en relación con el otro, sino no permitir que las fuerzas externas tengan más influencia en nuestras relaciones que las fuerzas internas que impulsan nuestro deseo de SER.

Una persona que posee Independencia Emocional es aquella que puede responder, en los momentos cruciales de la vida, a la siguiente pregunta: “¿Qué de mí es verdaderamente mío y qué pertenece a los deseos de los demás?” Nietzsche, defensor de la idea de que la vida está intrínsecamente vinculada a la voluntad de poder, afirmaba: “Solo donde hay vida también hay voluntad; pero no voluntad de vida, sino – así os enseño – voluntad de poder.”

Nietzsche creía firmemente que la vida se manifiesta plenamente en la maduración de las relaciones con el mundo, y esta maduración ocurre constantemente en los logros frente a los desafíos y obstáculos que la vida nos presenta. Para él, superar es la máxima expresión de la voluntad de poder, representada por victorias sobre las resistencias de la vida, proporcionando un crecimiento continuo.

La ética de las relaciones, basada en la voluntad de poder de Nietzsche, nos guía de la siguiente manera: “¿Qué es bueno? – Todo lo que aumenta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que surge de la debilidad. ¿Qué es la felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia ha sido vencida. No la satisfacción, sino más poder. No la paz finalmente, sino la guerra; no la virtud, sino la excelencia.”

Espero que a partir de este principio, ahora podamos entender que la mejora de la vida está intrínsecamente vinculada a la capacidad de desarrollar los Afectos naturales en nuestras relaciones. Esto se vuelve posible cuando encontramos dentro de nosotros la razón de lo que somos, permitiéndonos tomar decisiones que se alineen no solo con las expectativas de los demás, sino sobre todo, con lo que es verdaderamente significativo para nosotros mismos.

Para internalizar la independencia emocional de manera más completa, es esencial encontrar nuestro lugar en las relaciones con el mundo, conscientes de que nadie puede ser responsable de nuestra felicidad. En este sentido, es crucial desviarse de las normas sociales, rompiendo con la temporalidad sin llevar el peso de nuestra propia historia, problemas sin resolver y traumas pasados. Esto implica permitir cambios, evitando convertir la angustia en creencias limitantes que restringen nuestra autenticidad.

Al hacer esto, evitamos la tendencia a atribuir a las circunstancias el papel de determinar nuestra identidad, evitando juzgar momentos pasajeros como responsables de todos los problemas en nuestras vidas. Las circunstancias son transitorias, mientras que nosotros somos la constancia de la vida. Dejar atrás la búsqueda incesante del “YO” y en cambio comprender el estado del “SER” se vuelve crucial. En otras palabras, vivir angustiado por el pasado y buscar incansablemente sus razones no importa mucho ahora. El pasado no se materializará de nuevo; cada relación es única y nada será como antes.

El hecho es que la vida siempre es un estado de “SER”. Quién soy hoy es lo que me hará, y la razón del poder que puede hacernos felices o tristes radica en el estado de “SER” – nuestra energía vital.

Entonces, una vez más, recordemos a Spinoza cuando enfatiza que cuando ganamos vida, nos alegramos, y cuando no nos alegramos, perdemos vida y luego nos entristecemos. Debemos hacer que los Afectos sean suficientes para crear dentro de nosotros un mundo colorido. De lo contrario, recurrimos a la dependencia de los demás para vivir porque quiénes somos se vuelve insignificante para nosotros mismos, haciendo de la vida una completitud basada únicamente en el anhelo de la aprobación del otro, sosteniendo la desesperación de soportar vivir únicamente por nuestras necesidades a los ojos de los demás, como: ser reconocido, ser amado, ser admirado, ser libre y ser útil.

Al romper la temporalidad de los Afectos, otorgamos un mayor valor al presente, nos dirigimos entonces a producir, a priorizar acciones importantes e indispensables para nuestra evolución, permitiendo que la conciencia se conecte con el mundo en un proceso opuesto a lo que estamos acostumbrados a vivir. Mejorar nuestras relaciones nos distancia de la banalidad de los vínculos emocionales, de los lazos y clichés, de los compromisos disueltos y fortalece nuestra ética de las relaciones, dejándonos libres para los Afectos sinceros en el momento importante en que debe ser.

Comprender la complejidad de nuestras perspectivas emocionales es un paso crucial hacia la independencia emocional. Es reconocer que nuestras relaciones, intrínsecamente ligadas a cómo interpretamos la vida a través de las emociones, reflejan la interconexión innegable entre nuestros sentimientos y pensamientos. Estas sensaciones, que provienen del mismo cuerpo pensante, no pueden divorciarse de nuestros procesos cognitivos. En otras palabras, nuestros pensamientos y emociones forman un tejido inseparable, una interacción constante que moldea nuestras experiencias.

En este proceso, mejorar nuestros pensamientos es esencial. Significa ser crítico con nosotros mismos, ser consciente de la necesidad continua de evolución intelectual. No se trata solo de existir, sino de vivir plenamente. Esta conciencia, guiada por la percepción de lo que queremos y hacia dónde vamos, es vital para evitar la trampa del automatismo, donde nos volvemos dogmáticos sobre nosotros mismos.

La conciencia, aunque una parte limitada de nuestra psique, juega un papel significativo en nuestro viaje. Reconociendo que pensamos mucho más de lo que conscientemente deseamos, comprendemos la importancia de sintonizar las sensaciones del cuerpo. Después de todo, nuestra concepción intelectual está formada por los Afectos, y al abrazar esta interdependencia, obtenemos el poder de dar forma activamente a nuestras experiencias y, por consiguiente, a nuestra propia narrativa de vida.

Deliberar a favor de nuestros Afectos requiere la habilidad de discernir las influencias que nuestras relaciones con el mundo ejercen sobre nosotros. Algunas conexiones nos llenan de alegría, fortaleciendo nuestra resistencia en la vida, mientras que otras nos sumergen en la tristeza, haciéndonos vulnerables y sujetos a lo imprevisible. Lo que sucede internamente es la expresión de nuestra energía vital, y comprender estas manifestaciones es crucial.

La alegría, como fuerza motriz, nos impulsa a enfrentar desafíos con mayor fortaleza, mientras que la tristeza nos expone al riesgo de sucumbir al azar. Por lo tanto, es imperativo esforzarnos por comprender y reflexionar sobre las respuestas de nuestro cuerpo ante la vida que elegimos vivir. Actuar de manera lógica y en línea con nuestros deseos, pensamientos, sentimientos y acciones es el camino para reconocer y satisfacer nuestras necesidades emocionales.

Al mantener esta armonía con nosotros mismos, entendemos la importancia de la reinventación constante. Como afirmaba Nietzsche, no solo morimos físicamente, sino también de tristeza. La reinventación continua es la clave para enfrentar las adversidades de la existencia y mantener viva la llama de la vitalidad emocional.

Recuerda que el pensamiento sirve a lo que sentimos; no es posible interpretar nuestros pensamientos sin entender lo que sentimos, un hecho del cual no podemos escapar de nuestras propias emociones. La vida es un conjunto de relaciones únicas y exclusivas que nunca se repetirán. Vivir es estar en relación. La calidad de vida está directamente relacionada con la calidad de las relaciones que cada uno de nosotros mantiene de manera peculiar con el mundo. La vida está en el mundo, y vivimos en la medida y la intensidad con la que nos relacionamos. La falta de claridad en nuestras relaciones nos proporciona la incapacidad de percibir y comprender las manifestaciones de los Afectos hacia la vida. Estar en relación con la vida es entender que el mundo nos afecta incesantemente, pero también nosotros afectamos al mundo incesantemente. Somos el resultado de este intercambio en nuestras relaciones únicas con el mundo, y gran parte de esta relación es imperceptible para nuestra conciencia.

“Por lo tanto, te invito a seguir el sabio consejo de Comte-Sponville: ‘Lamentar un poco menos, esperar un poco menos y amar un poco más’. En este vasto mundo que constituimos, estamos hechos de energía, en una búsqueda incesante de encuentros alegres y una batalla constante para evitar momentos tristes en nuestros Afectos. Sin embargo, es imperativo entender que no podemos convertir los momentos afectivos en una fórmula de vida o un patrón existencial. Lo que ha pasado no se repetirá, y por lo tanto, necesitamos ser libres, autónomos de nosotros mismos, para experimentar la vida en el ahora, en este momento presente.

Vivir el momento presente implica dar más importancia al mundo que tenemos delante y menos al mundo que ya ha sido o que aún será. Los Afectos pertenecen al mundo que es, en el ahora, porque incluso fluyendo entre alegrías y tristezas, este es el único mundo real. La muerte es inevitable, y sobre el nacimiento y la muerte, no tenemos control. Sin embargo, lo que ocurre entre estos dos eventos está bajo nuestra influencia. Dentro de límites, somos los protagonistas. Somos los arquitectos de nuestras elecciones, dueños de nuestro destino, dueños de nuestra vida.

Por lo tanto, entiende que la elección libre de nuestras relaciones, más allá de nuestra conciencia en el presente, en la reconciliación con lo real, en el encanto de quienes somos y en los encuentros con el mundo tal como es, es el fundamento liberador de la INDEPENDENCIA EMOCIONAL. Siguiendo este camino, abrimos las puertas a una vida plena, donde el ahora se convierte en la esencia, y la libertad de SER trasciende los límites del tiempo.

“Después de todo, es en la capacidad de transformar nuestros afectos en una danza sincera con el presente donde encontramos la verdadera libertad emocional, una invitación a vivir intensamente, trascender nuestros límites y, en el encuentro con el ahora, explorar el extraordinario universo que reside dentro y fuera de nosotros”. (Marcello de Souza)

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OBRIGADO POR LEER Y VER A MARCELLO DE SOUZA EN OTRA PUBLICACIÓN EXCLUSIVA SOBRE EL COMPORTAMIENTO HUMANO

Hola, soy Marcello de Souza. Comencé mi carrera en 1997 como líder y gerente en una gran empresa del mercado de TI y Telecomunicaciones. Desde entonces, he participado en importantes proyectos de estructuración, implementación y optimización de redes de telecomunicaciones en Brasil. Inquieto y apasionado por la psicología del comportamiento y social. En 2008, decidí sumergirme en el universo de la mente humana.

Desde entonces, me he convertido en un profesional apasionado por descifrar los secretos del comportamiento humano y catalizar cambios positivos en individuos y organizaciones. Doctor en Psicología Social, con más de 25 años de experiencia en Desarrollo Cognitivo Conductual y Organizacional Humano. Con una carrera diversa, destaco mi papel como:

Master Sênior Coach & Trainer: Guiando a mis clientes en la búsqueda de metas y desarrollo personal y profesional, logrando resultados extraordinarios.

Chief Happiness Officer (CHO): Fomentando una cultura organizacional de felicidad y bienestar, impulsando la productividad y el compromiso de los empleados.

Especialista en Desarrollo del Lenguaje y Comportamiento: Mejorando las habilidades de comunicación y autoconciencia, capacitando a las personas para enfrentar desafíos con resiliencia.

Terapeuta Cognitivo Conductual: Utilizando la terapia cognitivo-conductual de vanguardia para ayudar a superar obstáculos y lograr una mente equilibrada.

Constelación Psíquica Sistémica Familiar & Organizacional: Basada en las leyes sistémicas y psíquicas del comportamiento que rigen nuestros afectos, esta práctica ofrece una visión profunda de las influencias ancestrales que moldean nuestro viaje.

Hipnoterapeuta: Basada en la interacción entre mente y metáforas, la Hipnoterapia ayuda a superar obstáculos, patrones no deseados y promueve el autodescubrimiento.

Conferencista, Profesor, Escritor e Investigador: Compartiendo conocimientos valiosos e ideas en eventos, entrenamientos y publicaciones para inspirar cambios positivos.

Consultor y Mentor: Aprovechando mi experiencia en liderazgo y gestión de proyectos para identificar oportunidades de crecimiento y proponer estrategias personalizadas.

Mi sólida formación académica incluye cuatro postgrados y un doctorado en Psicología Social, junto con certificaciones internacionales en Gestión, Liderazgo y Desarrollo Cognitivo Conductual. Mis contribuciones en el campo son ampliamente reconocidas en cientos de clases, sesiones de entrenamiento, conferencias y artículos publicados.

Coautor del libro “El Secreto del Coaching” y autor de “El Mapa No es el Territorio, el Territorio Eres Tú” y “La Sociedad de la Dieta” (el primero de una trilogía sobre el comportamiento humano en la contemporaneidad – 05/2024).

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