MIS REFLEXIONES Y ARTÍCULOS EN ESPAÑOL

NO SIEMPRE SOMOS QUIENES QUEREMOS SER

No es la realidad en sí la que nos hace ser lo que somos, sino la forma en que la percibimos e internalizamos lo que se considera verdades, ante las influencias regidas por nuestras relaciones sistémicas con el mundo, que actúan incesantemente sobre nosotros, ya sea a través de la familia, grupos sociales, escuela, economía, política, medios de comunicación, religión, trabajo, entre tantos otros.

Nuestras interminables y exclusivas relaciones ofrecen la oportunidad para el desarrollo y perfeccionamiento de nuestra propia vida, alimentando y ampliando nuestras percepciones y apropiándonos de nuestro propio sentido de SER. Basado en esta comprensión, el matemático y conde Alfred Korzybski publicó en 1933 en la revista Science and Sanity la afirmación de que el mapa no es el territorio. En su trabajo, Korzybski describe que la mente humana solo es capaz de percibir una pequeña parte del todo, dando sentido al mundo de acuerdo con las propias experiencias vividas, constituidas en parte solo por el entorno en el que está inserta.

Es correcto decir que cada uno de nosotros tiene su propia interpretación de la vida, una manera única de interactuar con la realidad en la que nos encontramos, según nuestras propias experiencias. Precisamente cómo uno percibe y experimenta la vida forma la base de su identidad. La composición de nuestros mapas constituye las creencias que nos representan a lo largo de la vida.

El concepto de observar el mapa es proporcionar una visión del mundo a través de nuestras relaciones que convergen en las experiencias vividas en cada ciclo de etapas. Dentro de un proceso dinámico, cambiante y sujeto a mejora según lo que tenga sentido.

No es difícil percibir nuestros mapas. Tome, por ejemplo, a una persona que quiera entender el significado de una obra de arte abstracta. No puede recurrir a un “diccionario de colores” para descubrir lo que significa la combinación de cierto azul con un tono específico de verde. No existen manuales de “acordes y armonías” para informar sobre lo que una sinfonía pretende expresar, ni una “receta” para descifrar las implicaciones de una pieza teatral. No hay significados fijos para las formas simbólicas del arte, capaces de separar lo que tiene sentido de lo que no para cada individuo. La interpretación es parte peculiar de cada uno.

El significado de una obra de arte y lo que expresa solo existe en la forma particular en que cada persona la observa según la emoción y el sentimiento peculiar y privado que proporciona. El sonido, la imagen, la interpretación y la sensación de las obras son inseparables de lo que significan y cómo se interpretan depende exclusivamente de cada persona. Una pintura, una obra teatral, una sinfonía o una novela son formas complejas y originales, creadas a partir de un sentido de forma y conocimiento individual en lugar de significado sistemático. Por lo tanto, lo que el artista busca representar en su obra a menudo puede no ser cómo la gente la aprecia.

Por lo tanto, lo importante aquí es entender que a medida que avanza la vida, formamos verdades dentro de nosotros que nos guían hacia caminos complementarios con el entorno en el que participamos. Este contexto está precisamente conformado por el distanciamiento o aproximación de nuestra propia realidad particular, que básicamente se reduce a nuestra propia forma de observar, entender y comprender la vida.

Cada uno de nosotros es único en cómo somos, pensamos y actuamos, siendo editados con patrones resultantes de combinaciones que comienzan con rasgos genéticos y se extienden a través de relaciones a lo largo de la vida. El resultado de estas fuerzas externas es lo que determina, casi siempre, gran parte de nuestros comportamientos.

Nuestros comportamientos están intrínsecamente conectados a lo que pensamos, y se basan en lo que creemos. Nuestras verdades son el soporte de la formación que representa las peculiaridades por las que somos reconocidos en nuestras relaciones con el mundo. Un proceso cíclico constante, justificado como un simplificador de la vida. Después de todo, cuando creemos en algo, estamos resumiendo los parámetros de la vida y comenzamos a proporcionar certezas sin cuestionar más, convirtiéndose en patrones que componen cada parte de nosotros mismos y de nuestros pensamientos.

Es verdad que cada parte de nosotros está formada por un conjunto de eventos relacionados con nuestro pasado, a menudo expresados por experiencias que marcaron efectivamente nuestra historia, creando huellas en nuestra memoria, ya sean recuerdos tristes, dolorosos que nos duelen o otros llenos de sensaciones placenteras y felices. Esta onda senoidal construida por emociones y sentimientos es la que referencia la construcción incesante de quienes somos. Llevamos estas marcas como un pedazo de certezas sobre nosotros mismos que interfieren en nuestras elecciones, ya sea para acercarnos o alejarnos de nuestras acciones en el presente, influyendo en todo lo que podemos esperar de nuestro futuro, manteniéndonos convencidos de certezas que no siempre perduran.

Con esto, se vuelve difícil percibir y traer a uno mismo la certeza de que ningún evento pasado en nuestra vida representa la razón de vivir en el presente. En otras palabras, cada una de nuestras vidas sería mucho más valiosa e intensa si los eventos experimentados a lo largo de la vida no pudieran determinar nuestras acciones en la realidad presente. Esta es la gran razón para reflexionar sobre nuestras creencias. Nuestras verdades son muy mínimas en comparación con las posibilidades que el mundo nos da la oportunidad de vivir.

El hecho es que los seres humanos perciben la vida a través de la temporalidad descrita entre el presente, un estado constante inconsciente, y el pasado y el futuro, que son estados mentales conscientes. Solo la conciencia es responsable de nuestros viajes en el tiempo. De nuestra bagaje, sabemos que estos tres tiempos son bastante distintos entre sí. En el pasado están los recuerdos basados en el conocimiento de la vida que en parte fue realmente vivida, parte de nuestra conciencia, de nuestra percepción, almacenada en forma de fragmentos incompletos en nuestras memorias; en el pasado, nada está más materializado. El pasado es responsable de nuestra melancolía, la nostalgia de reconocer nuestra propia y exclusiva historia. No es posible que dos o más personas tengan los mismos recuerdos de un evento o suceso, ni es posible que dos o más personas tengan las mismas experiencias, mismas vivencias, la misma visión del mundo y de la vida. Son únicas, exclusivas y formadas solo, únicamente, sobre la concepción del individuo.

El futuro, a su vez, corresponde a lo que sucederá, no se materializa, su conjunto está diseñado por todos los eventos que en cada momento se convertirán en pasado. El futuro nos preocupa, anhela nuestra vida, genera sensaciones como el miedo, la esperanza y el deseo de oportunidad. El futuro también es exclusivo, único, reflejo de todas las posibilidades de nuestras relaciones con la vida. El futuro no se convierte en presente, no se convierte en pasado, solo existe en nuestra imaginación consciente, en nuestros pensamientos agonizantes de nunca poder materializarlo antes del tiempo, del ahora. Aspiramos a lo que puede o no puede suceder. Tal vez vivir el presente sea el camino más cercano que podemos tomar hacia el futuro que nos espera.

En el futuro, también hay azar. Ciertamente, el azar representa una parte importante de la vida, no toda, y ciertamente no nada, pero en él yace una parte importante del curso de la vida de cada uno. Es correcto decir que aceptar que el azar predomine sobre la vida es en realidad un desperdicio de vivir, y que a menudo están representadas por una de esas creencias justificativas que nos llevan a la comodidad de no saborear nuestra propia vida. El hecho es que el azar no puede representar la vida misma. Después de todo, no se puede asumir que la vida sea tan trivializada, perpetuando comandos de nuestras certezas incuestionables, representando guiones para determinar nuestros caminos, delineando todas nuestras acciones basadas en creencias creadas ante las concepciones provocadas por la vida.

La creencia es todo aquello que nos trae la convicción de ser como somos, ejerciendo su propio poder para actuar de manera efectiva o influir en eventos. Una evaluación introspectiva formada en base a un historial vivencial estructurado a partir de sensaciones internas que de alguna manera fueron relevantes. Es la verdad en la que nos apoyamos y que muestra el poder de garantizar nuestras razones para ser lo que somos, relacionando nuestros principios e ideas, ante las evaluaciones de certezas, cegando las verdades. Crean nuestra “noción de realidad”, definiendo nuestros mapas desde la perspectiva de las relaciones con la vida.

Casi siempre, nuestros sistemas de creencias se adquieren de manera tendenciosa, lejos de verdades factibles de la realidad presente. Nos aferramos entonces a interpretaciones incorrectas y concepciones de nosotros mismos, de los demás y de la naturaleza misma de la vida. Capaces de actuar como autorreguladores de nuestro bienestar, afectando nuestra bioquímica, percepciones, digestión, glándulas, el sistema inmunológico, y así sucesivamente. Habilidosas para enfermarnos o mantenernos saludables.

Una vez establecida, una creencia funciona como parte de nuestras percepciones y, por lo tanto, filtra todo lo que no está de acuerdo con ella. De esta manera, las creencias son capaces de cegarnos. Con el tiempo, nos convertimos en nuestras creencias. Se convierten en la estructura de cómo pensamos, sentimos, trabajamos y nos relacionamos. Dan forma a nuestras intenciones.

Las creencias, de hecho, no solo representan nuestras acciones, sino que nuestras percepciones también son precedidas por nuestras intenciones, que están directamente relacionadas con el comportamiento. En otras palabras, se puede decir que una intención precede a la acción, coordinando nuestros comportamientos. Estas intenciones casi siempre están inconscientemente relacionadas con lo que creemos ser. Estas relaciones alimentan las emociones ininterrumpidas, que a su vez arman pensamientos que generan sentimientos. La transformación de los hechos en convicciones que, a su vez, se convierten en creencias radica en la intensidad y recurrencia de este ciclo. Y es a partir de ahí que universalizamos el mundo en nuestras relaciones, creando filtros mentales. Creencias que nos limitan a ver el mundo tal como es, estableciendo mapas internos que nos hacen ver solo lo que consciente o inconscientemente nos proponemos ver.

Esto se debe a que las creencias se vuelven responsables de la forma en que interpretamos la información recibida y fragmentada, dando significado a lo que entendemos que es la vida. En resumen, podemos decir que nuestras creencias filtran la percepción real del mundo de cuatro formas: Omisión, que es cuando la mente selecciona y filtra la experiencia, bloqueando algunas partes, especialmente cuando se enfrenta a algo que no es tan comprensible. El cerebro simplifica la formación del pensamiento, justificando cognitivamente la emoción y el sentimiento de acuerdo con las experiencias pasadas; Distorción, cuando la mente distorsiona la experiencia, viendo en ella diferentes significados según el momento y lo que ya se ha experimentado de alguna manera; Construcción, que es cuando, a partir de la información, comienza a crear algo que no está allí, dándole una nueva realidad, trabajando en elementos internos simulados a menudo favorables a máscaras y creencias limitantes, según la necesidad de cada uno; y Generalización, que es cuando, a partir de una experiencia, comienza a representar todo un grupo de experiencias: la generalización es el proceso mental utilizado para agilizar y facilitar la vida cotidiana, respaldando las propias creencias.

“¿Qué parte de ti decidirá cuándo usar la fuerza y con qué intensidad en una pelea?”

La verdad es que cuando integramos una creencia en nosotros mismos, comienza a abarcar todo nuestro sistema, guiando las relaciones con el mundo. Sin darnos cuenta, comenzamos a actuar en un sistema automático que comienza a reaccionar ciegamente, llevando a una trampa que nos incapacita para vivir plenamente, restringiendo nuestro mundo a una verdad que puede estar lejos de lo mejor para nosotros mismos, lejos del sentido interno de quiénes somos realmente. Esta simplificación resume la vida.

Es muy simple reaccionar ante los demás y las situaciones, dejar que una parte superficial, y ampliamente inflexible, de la creencia, y no el corazón, guíe la vida y haga automáticamente el trabajo con el mundo en el que uno está insertado. Sin embargo, tarde o temprano, inevitablemente, sentiremos que algo falta o no está bien.

Nuestro inconsciente, responsable de casi el 99% de nuestras acciones, es el gran líder de nuestras acciones, de nuestras respuestas a las relaciones con el mundo, de nuestro mapa y de nuestro territorio. Está existencialmente presente en el ahora. El presente es lo que llamamos “ahora”, el tiempo en que suceden nuestras experiencias, el momento en que ocurren. Traer el poder de la temporalidad a la conciencia puede representar la gran oportunidad de ser más grande de lo que ya somos. Darse cuenta del efecto negativo de la creencia y de todas las consecuencias que provoca.

Cuando ejercitamos la presencia en el presente, somos capaces de llevar a la conciencia las disfunciones de nuestras verdades, generando motivación para cambios. En el presente, está la capacidad consciente de observar cuándo y cómo se formó cada certeza, su origen y sus razones. Cuando practicamos reconocernos a nosotros mismos, eximiendo a los culpables, nos volvemos hábiles para interpretar sin juzgar, que más allá de una respuesta, hay posibilidades temporales, y que cada evento en la vida es único y nunca se repetirá.

El tiempo guía nuestras acciones y da forma a nuestras percepciones. Sin embargo, inconscientemente, validamos ideas nacidas de creencias, creando un patrón preestablecido de comportamiento. Tal patrón preestablecido que puede o no alinearse con la propia naturaleza.

La verdad es que hoy es diferente de ayer y será diferente de mañana. Comprender esta dinámica fortalece la conciencia de que no somos los mismos ni siquiera hace unos segundos. La perspectiva de la vida puede cambiar tan rápidamente como cambian nuestros pensamientos, y es esta libertad de elección la que nos hace lo suficientemente competentes para ir más allá, ya que solo en el ahora la vida se materializa, transforma y se revela. Solo es posible vivir en el ahora.

Ahora, una fracción del tiempo formada por instantes que nunca se repetirán, siendo únicos y exclusivos para todos. El tiempo es la forma del sentido introspectivo, ligado a nuestro estado interior. Ante esta reflexión, se puede afirmar con certeza que en la vida solo hay un tiempo, en otras palabras, de hecho, hay tres tiempos en uno solo: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro.

Esto se debe a que el pasado y el futuro no son factibles de medirse: el presente “es” un eterno ahora y, por lo tanto, no tiene extensión; el pasado y el futuro tampoco son medibles en su ser, ya que el pasado ya no es y el futuro aún no es. El pasado es impulsado por el futuro y todo el futuro se guarda en el pasado. Ahora bien, si es del presente del que hablamos tanto de las cosas pasadas (experiencias) como de las cosas futuras (presunciones), entonces existe un tiempo pasado y un tiempo futuro que se inscriben en el tiempo presente. La visión que siempre tendremos de estos será siempre percibida desde el estado presente y nunca diferente de esto. En este momento, desde esta perspectiva, se puede decir que estamos regidos por el tiempo del mundo, por el tiempo de las percepciones y las relaciones, que se caracteriza por la extensibilidad del tiempo, el tiempo que perdura solo en el deseo conciso del presente.

Comprender que estamos regidos por posibilidades temporales nos capacita también para encontrar la mejor manera de vivir la vida. Después de todo, es posible que casi todos nosotros, en este mismo momento, tengamos muchas buenas intenciones de encontrar la mejor manera de vivir. Cuando esto sucede, nos llenamos de optimismo, hacemos planes, establecemos metas y algo dentro de nosotros resplandece de deseo, trayendo consigo el anhelo constante de encontrarla. ¡Pero no siempre es suficiente! El problema es que no se puede olvidar que, sea cual sea el objetivo deseado, siempre exigirá más que buenos pensamientos, más que planificación y voluntad.

Más importante que encontrar las respuestas está el “saber hacer” de cada uno para buscar las preguntas correctas. Cuando estamos en presencia del presente, somos también lo suficientemente competentes para percibir lo que se alinea con nuestra naturaleza, competentes para comprender que los patrones que creamos en nuestro interior fueron útiles por un tiempo, pero ahora están en el pasado y que sirvan ahora solo como ejemplo para que nuevas perspectivas de la vida se formen y así permitan ampliar la esencia de vivir, que siempre se representa por la valentía de experimentar las infinitas posibilidades que la vida propone para vivir.

Por supuesto, la vida exige decisiones en todo momento. Es cierto que nuestras decisiones a menudo corresponden a nuestras creencias. Sin embargo, el gran secreto de la vida es precisamente ejercer nuestra libertad. La libertad siempre es un desafío, después de todo, con la libertad viene la angustia. La angustia es lo que sentimos cuando nos damos cuenta de que siempre dependeremos de elecciones para vivir la vida con plenitud. Que está en la participación activa en la vida, en las relaciones, que definirá los rumbos frente al mundo al que pertenecemos, y que no podemos dejar de prestar atención al poder de decisión que es nuestro, asumiendo las responsabilidades de nuestras propias elecciones. Deshaciéndonos de lo que nos limita, de lo que nos desafía en el acto de elegir.

No podemos huir de la angustia y renunciar a la libertad que es nuestra, dejándonos esclavizar, permitiéndonos vivir en automático, frente a creencias que nos limitan para ver mucho más allá de las posibilidades hasta entonces imaginarias. Deshaciéndonos de las recetas preestablecidas, del conjunto de deseos ajenos que terminan por esclavizarnos. La verdad es que no vale la pena ser esclavos para que de alguna manera tengamos la sensación de que no somos culpables de nuestras elecciones, perdiendo la perspectiva única de elegir nuestros propios caminos.

El camino más simple a menudo nos ciega, nos desorienta y nos quita el placer de vivir. Frente a tantos atajos que surgen todos los días, también está la oportunidad de fortalecernos con la dignidad de ser libres. Sí, debemos reconocer la necesidad de vivir en un ciclo constante de aprendizaje y estar preparados para constatar cuándo estamos liderando o siendo liderados frente a las elecciones en la vida. Nunca olvidemos que la incapacidad para elegir nuestros propios deseos hace de la vida una vida esclava, sin gracia, frívola, donde los sueños se pierden en el vertedero infinito de la tristeza impotente de ser quienes somos. Si somos capaces de tener control sobre parte de nuestra propia vida, que esta parte sea un reflejo de nuestro control, de nuestras acciones, que se moldee a partir de nuestra capacidad única de reinventarnos en todo momento, hechas a partir de nuestras elecciones, contempladas con acciones justas y verdaderas y no justificadas. Actuar de acuerdo con nuestros valores y principios, permitiendo que cada uno de nosotros explore lo mejor que la naturaleza nos ha dado, siempre en busca de la excelencia. La libertad de elección es la vida en el presente, y aquí está el principal indicador de si somos felices o no.

“El futuro no es un lugar al que vamos, sino el lugar que estamos creando. El camino hacia él no se encuentra, sino que se construye, y el acto de hacerlo cambia tanto al que lo realiza como al destino”. (John Schaar – Sociólogo)

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GRACIAS POR LEER Y VER A MARCELLO DE SOUZA EN OTRA PUBLICACIÓN EXCLUSIVA SOBRE EL COMPORTAMIENTO HUMANO

¡Hola, soy Marcello de Souza! Comencé mi carrera en 1997 como líder y gerente en una gran empresa del mercado de TI y Telecomunicaciones. Desde entonces, he participado en importantes proyectos de estructuración, implementación y optimización de redes de telecomunicaciones en Brasil. Inquieto y apasionado por la psicología del comportamiento y social. En 2008, decidí adentrarme en el universo de la mente humana.

Desde entonces, me he convertido en un profesional apasionado por descifrar los secretos del comportamiento humano y catalizar cambios positivos en individuos y organizaciones. Doctor en Psicología Social, con más de 25 años de experiencia en Desarrollo Cognitivo Conductual y Organizacional Humano. Con una amplia carrera, destaco mi actuación como:

– Master Coach Sénior y Formador: Guiando a mis clientes en la búsqueda de metas y desarrollo personal y profesional, obteniendo resultados extraordinarios.

– Chief Happiness Officer (CHO): Fomentando una cultura organizacional de felicidad y bienestar, impulsando la productividad y la participación de los empleados.

– Experto en Lenguaje y Desarrollo del Comportamiento: Potenciando habilidades de comunicación y autoconocimiento, capacitando a individuos para enfrentar desafíos con resiliencia.

– Terapeuta Cognitivo Conductual: Utilizando terapia cognitivo-conductual de vanguardia para ayudar a superar obstáculos y lograr una mente equilibrada.

– Conferencista, Profesor, Escritor e Investigador: Compartiendo conocimientos e ideas valiosas en eventos, capacitaciones y publicaciones para inspirar cambios positivos.

– Consultor y Mentor: Aprovechando mi experiencia en liderazgo y gestión de proyectos para identificar oportunidades de crecimiento y proponer estrategias personalizadas.

Mi sólida formación académica incluye cuatro postgrados y un doctorado en Psicología Social, junto con certificaciones internacionales en Gestión, Liderazgo y Desarrollo Cognitivo Conductual. Mis contribuciones en el área son ampliamente reconocidas en cientos de clases, entrenamientos, conferencias y artículos publicados.

Coautor del libro “El Secreto del Coaching” y autor de “El Mapa No Es el Territorio, el Territorio Eres Tú” y “La Sociedad de la Dieta” (el primero de una trilogía sobre el comportamiento humano en la contemporaneidad – 09/2023).

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