CONSCIENCIA SIN CUERPO ES PSICOPATÍA: LA VIOLENCIA SILENCIOSA DE LAS ORGANIZACIONES Y EL LEGADO DE DAMASIO
“Descubra por qué la lógica deshumanizada de muchas empresas las hace menos inteligentes y adaptables que una simple bacteria.”
Hay una psicopatía estructural en curso —y no habita solo en individuos, sino en sistemas enteros. Corporativamente disfrazada de “profesionalismo”, se manifiesta cada vez que el sentir es desterrado del pensar, cada vez que el cuerpo se considera ruido y la vida emocional se trata como un obstáculo para la eficiencia.
Es el triunfo de una conciencia sin cuerpo: una inteligencia amputada, sin afecto, sin homeostasis, sin sabiduría encarnada.
Vivimos en la era de las mentes corporativas diseccionadas: cerebros flotando en salas de reuniones con aire acondicionado, decidiendo destinos sin registrar empatía, miedo o compasión.
Es violencia que no grita —pero resuena en los cuerpos que enferman, en las ausencias que se multiplican, en los silencios que pesan.
Las organizaciones se han convertido en sistemas cognitivos desencarnados: procesan, deciden, calculan… pero no sienten.
Cuando el sentir se extingue, lo humano se reduce a función —y la función, al rendimiento.
Damasio nos dio la clave civilizacional para comprender este colapso: la conciencia nace del cuerpo, no al revés.
No hay mente sin fisiología, ni decisión sin emoción. Cada acto de pensar emerge de una ecología compleja de sensaciones, impulsos y marcadores somáticos —la inteligencia que mantiene la vida equilibrada.
Ignorar el cuerpo no es solo un error estratégico: es rechazar lo más inteligente que hay en nosotros.
Y cuando las organizaciones ignoran su dimensión sensible, no solo pierden vitalidad —enferman, volviéndose menos inteligentes que las bacterias, incapaces de percibir amenazas a su propia supervivencia.
Este texto es tanto una invitación —como una denuncia.
Una invitación a reintegrar el sentir al pensar, el cuerpo a la conciencia, la neurociencia a la filosofía.
Y una denuncia contra la violencia silenciosa de culturas que amputan la vida en nombre de la racionalidad.
Si Damasio nos enseñó algo, es que la razón sin emoción es una ilusión funcionalmente peligrosa.
Y en las organizaciones, esta ilusión tiene un costo humano, ético y evolutivo.
Reaprender a sentir es, por tanto, más que un gesto de humanidad —es una estrategia de supervivencia.
No Se Trata Solo de Damasio
Este texto no se limita a citar a Antonio Damasio —lo radicaliza. Aquí, la conciencia encarnada es provocación filosófico-científica, una invitación a sentir la vida real que atraviesa desde la sala de reuniones de una multinacional hasta la intimidad de una conversación significativa.
¿Cuántas decisiones ha visto tomadas como si los ejecutivos fueran cerebros flotando en cubas de vidrio? El aire de la sala de reuniones no es neutro: transporta miedo visceral, tensión acumulada, duelo silencioso, historias no contadas. Cada mirada desviada, cada silla vacía, cada silencio tenso es una señal homeostática ignorada —señales que Damasio nos muestra como esenciales para la conciencia.
Ignorar esto no es un “error de gestión”. Es violencia contra la vida que late en cada cuerpo presente. Significa asumir que la inteligencia de millones de años de evolución —encapsulada en sentimientos e instintos homeostáticos— puede ser ignorada sin consecuencias.
Cuando los CEOs anuncian reestructuraciones basadas únicamente en “datos objetivos” y “análisis racionales”, no están siendo profesionales. Operan con inteligencia limitada, desconectada de la sabiduría incorporada que permitió a la vida persistir durante miles de millones de años.
El choque que pocos admiten: muchas organizaciones contemporáneas son menos inteligentes que las bacterias. Sí, bacterias —organismos unicelulares que sienten, se ajustan, buscan lo que nutre y evitan lo que destruye, sin manual, sin análisis FODA, sin consultoría de gestión. Ellas sienten. ¿Y nosotros? Repetimos estrategias que drenan vitalidad, ignorando la rotación de personal, el deterioro psíquico y el desinterés, hasta que el colapso no solo sea posible, sino inevitable.
Cierre los ojos por un instante. Imagine ver estas “bacterias corporativas” antes de que sea demasiado tarde. No es metáfora: es la oportunidad de percibir el organismo vivo que su organización debería ser y la inteligencia incorporada que usted posee —aunque quizá no sepa cómo acceder a ella.
La Inteligencia Implícita: Liderazgo Más Allá del Cognitivismo
Existe una dimensión del liderazgo que rara vez se explora: la capacidad de operar a través de la inteligencia implícita. No se trata de acumular datos, títulos o técnicas; es la habilidad de sentir la vida en movimiento —en usted, en su equipo, en la organización. Spinoza, a quien Damasio reverencia, hablaba del conatus no como concepto abstracto, sino como fuerza para perseverar en el ser —algo que no se aprende en MBAs, sino que se despierta al percibir el cuerpo en acción, las tensiones sutiles, las señales vivas que preceden al habla y la decisión.
Imagine un líder que, antes de presentar métricas o decisiones críticas, se detenga a sentir la temperatura emocional del equipo. No como un ejercicio “psicológico”, sino como percepción genuina: la tensión en los hombros, la desviación de la mirada, el silencio cargado de significado. Esto no es misticismo; es neurociencia pura. Damasio demuestra que la corteza prefrontal, vinculada a la racionalidad, está siempre en sintonía con estructuras límbicas y el tronco encefálico, donde residen los marcadores somáticos —señales del cuerpo que anticipan elecciones, decisiones y riesgos.
Antes de perderse en hojas de cálculo o informes, pregúntese: ¿ha sentido cómo reacciona el cuerpo de su equipo a lo que propone? ¿Ha notado que microexpresiones, variaciones tonales y patrones respiratorios anticipan problemas u oportunidades antes de que se pronuncie una palabra? Ignorar esto no es descuido: es amputar la inteligencia que mantiene viva a la organización. Y lo más fascinante: esta sabiduría ya está frente a nosotros, esperando ser percibida. El simple acto de observar con atención encarnada revela capas de información que ningún tablero de control o análisis estadístico podría capturar.
El Drama de la Existencia
Damasio utiliza la metáfora del equilibrista: la vida es el mantenimiento constante de un equilibrio delicado, donde la menor desviación puede ser fatal. ¿Y si llevamos esta idea a nuestras relaciones humanas? Cada interacción se convierte en un acto de equilibrista homeostático, en el que dos o más conciencias encarnadas buscan simultáneamente preservar su propio equilibrio vital mientras co-regulan el sistema compartido.
No poseemos cuerpos como objetos; somos cuerpos en situación, siempre interpretando y siendo interpretados. Cuando un equipo o una pareja alcanza “sintonía”, lo que llamamos empatía o armonía es, en realidad, sincronización homeostática —respiración, frecuencia cardíaca, patrones hormonales, atención compartida. Los estudios lo prueban mediante resonancia magnética funcional, pero no necesitamos laboratorio para percibirlo: basta la atención genuina, la presencia encarnada.
¿Se ha detenido a notar cómo una mirada, un gesto o un silencio altera instantáneamente la dinámica de una reunión o conversación íntima? ¿O cómo su propia postura, respiración y energía pueden cambiar el rumbo de un diálogo? No es teoría; es práctica que ya conocemos, esperando ser activada con conciencia. Quienes se disponen a observar perciben que la inteligencia implícita de la interacción habla primero, y quien ignora este lenguaje está, literalmente, perdiendo el juego antes de empezarlo.
El Espejo Organizacional y la Crítica a la IA
Damasio nos alerta sobre un error que pocos se atreven a enfrentar: la IA contemporánea no siente. No tiene cuerpo, no tiene marcadores somáticos, no experimenta costo homeostático —solo procesa información. Y si observamos muchas organizaciones, veremos un inquietante reflejo de esta limitación. Procesan datos, maximizan resultados, pero no perciben el impacto real de sus decisiones sobre los cuerpos y mentes que sostienen su operación.
Spinoza quizá llamaría a esto falta de conatus auténtico: estructuras que no buscan preservar su vitalidad, solo perpetuarse. Piense en empresas que mantienen culturas tóxicas porque los indicadores financieros temporales satisfacen a los accionistas, mientras su capital humano —fuente de innovación y resiliencia a largo plazo— se degrada silenciosamente.
¿Y si pudiéramos crear organizaciones sintientes? No máquinas con sentimientos simulados, sino sistemas humanos colectivos que perciben, sienten y reaccionan a sus propios estados homeostáticos. Imaginemos métricas que no midan solo lucro y crecimiento, sino vitalidad sistémica: calidad de vínculos, capacidad de regeneración tras crisis, diversidad adaptativa, resiliencia compartida.
¿Ha notado, en reuniones o proyectos críticos, cómo la energía del grupo se altera antes de cualquier señal formal? Cómo miradas, pausas y respiraciones silenciosas pueden anticipar fallos u oportunidades? No necesitamos reinventar la rueda; la sabiduría implícita del colectivo ya está presente, esperando ser percibida.
Más Allá de la Autoayuda
Damasio diferencia mente de conciencia: la mente puede funcionar automáticamente, pero la conciencia exige sentimientos incorporados. Este es un golpe directo contra la industria de la optimización sin alma, que vende productividad como sustituto de la experiencia vivida. Las técnicas de autoayuda prescriben pensamientos, afirmaciones y hacks —pero sin tocar la homeostasis, sin dialogar con el cuerpo y con el sistema nervioso, son solo pintura sobre cimientos inestables, como si alguien intentara renovar un edificio en ruinas usando únicamente esmalte nuevo.
La percepción de Damasio es simple y devastadora: los comportamientos efectivos son aquellos que preservan o restauran la homeostasis, ya sea individual, relacional o colectiva. No importa cuán inspirada sea la rutina de un gurú; si no resuena con sueño, energía, respiración, estados emocionales y regulación afectiva, es vacía. El cuerpo percibe, el cuerpo habla y el cuerpo se niega a ser ignorado.
¿Alguna vez ha probado algo diferente —y en lugar de medir el éxito por lo que otros dicen o por los números, simplemente ha observado cómo responde su cuerpo? Esto no es un ejercicio de autoayuda: es ciencia aplicada a la vida concreta. El resultado es sutil, pero profundo: decisiones, relaciones y liderazgo comienzan a emerger de un lugar de sabiduría incorporada, no de conceptos abstractos.
Neuronas Espejo y el Mito de la Autonomía
Las neuronas espejo no son solo células copiadoras; son la base neural de la intersubjetividad, de la capacidad de sentir con el otro, de sincronizarse con ritmos corporales que preceden cualquier palabra. Merleau-Ponty encuentra aquí su confirmación: no somos islas. Somos seres intra e interconectados desde siempre, co-regulando, interdependientes. Nuestra homeostasis individual depende de la homeostasis relacional, de la misma manera que la supervivencia de un organismo depende del equilibrio de cada célula en su sistema.
Cuando un bebé se calma por la mirada de su madre, no hay lógica, no hay racionalidad deliberada —solo existe inteligencia implícita en acción. Esta es la conciencia que no necesita reflexión para existir. Y, sin embargo, muchas organizaciones exaltan la autonomía y la autosuficiencia como si fueran virtudes supremas, ignorando que cualquier intento de aislar el liderazgo y la toma de decisiones del cuerpo y del colectivo condena la eficacia y la vitalidad a corto plazo.
¿Ha mapeado alguna vez su propia “ecología homeostática”? Haga una lista de sus relaciones, vínculos y prácticas significativas. Para cada uno, pregúntese: ¿esto me regula o me desregula? Pero vaya más allá: observe matices —qué situaciones generan tensión creativa, cuáles exigen retraimiento defensivo, cuáles alimentan su energía sin que lo perciba conscientemente. No todo lo que desregula es negativo; los desafíos constructivos construyen resistencia, resiliencia y sofisticación homeostática.
La verdadera inteligencia aquí no está en palabras ni en hojas de cálculo. Está en los detalles corporales y colectivos que señalan antes de que la mente pueda racionalizar: miradas, respiraciones, ritmos cardíacos, microgestos y patrones afectivos. El liderazgo, el aprendizaje y el desarrollo personal solo se completan cuando el sentir encarnado y el saber racional bailan juntos, cuando la conciencia emerge de la interconexión profunda entre cuerpo, mente y relaciones.
Sentimientos Homeostáticos Como Ética Incorporada
Existe una dimensión ética poco discutida en la obra de Damasio, pero que se revela cuando cruzamos neurociencia y filosofía moral: si los sentimientos homeostáticos son la puerta a la conciencia, y el sufrimiento es fundamentalmente una disrupción homeostática, la ética no es una construcción abstracta —emerge como expresión natural de la conciencia encarnada.
Spinoza ya intuía algo similar: el bien aumenta nuestra potencia de actuar, favoreciendo la homeostasis; el mal la disminuye. Pero Damasio da cuerpo a esta intuición: sentimos, visceralmente, cuando las acciones (nuestras o de otros) promueven o destruyen vitalidad. La crueldad no es incorrecta solo por convención moral; es sentida como intolerable por un sistema nervioso saludable. Violamos la homeostasis, destruimos la inteligencia implícita y comprometemos la vida, punto.
En el contexto corporativo, esto se vuelve devastador. Las culturas que normalizan la humillación, la competencia destructiva o metas imposibles no están solo siendo “antiéticas” en el sentido tradicional; están saboteando la inteligencia misma que sostiene la vida colectiva. Los ejecutivos inmersos en estas culturas desarrollan lo que llamo “anestesia homeostática” —disocian cuerpo y conciencia, permitiendo acciones que su organismo registra como disruptivas. ¿El precio? Rotación de personal, enfermedad, creatividad muerta, colapsos silenciosos que los datos financieros nunca denuncian.
¿Se ha preguntado alguna vez cómo reaccionaría su cuerpo si observara honestamente estas dinámicas? La sabiduría incorporada está siempre allí, antes de que hojas de cálculo o discursos racionalicen lo destructivo. No necesitamos reinventar la ética; necesitamos aprender a escuchar la ética del cuerpo, la inteligencia implícita que habla a través de la tensión, el calor, el ritmo cardíaco y la respiración.
Por ejemplo, antes de implementar una política o decisión significativa, ¿qué tal realizar una “auditoría ética somática”? Reúna a un grupo diverso, presente la propuesta y guarde silencio durante cinco minutos, volviendo la atención a las sensaciones corporales. Luego, cada persona comparte: “Mi cuerpo dice sí, no o estoy confundido/a.” No es democracia emocional; es incorporar la sabiduría homeostática colectiva, permitiendo que el sentir colectivo alerte antes de que la mente racional legitime la destrucción de la vitalidad.
El Futuro de la Conciencia: Integrando Sentir y Saber
Damasio nos enfrenta a una tarea civilizacional: superar siglos de dualismo cartesiano no con debates teóricos, sino con prácticas incorporadas que refundan la relación entre sentir y saber. No se trata de un regreso romántico al primitivismo pre-racional; es un salto evolutivo hacia una racionalidad enriquecida por la sensibilidad de la búsqueda continua del equilibrio.
En el Desarrollo Cognitivo Conductual, esto exige metodologías que no fragmenten al individuo en cuerpo, mente y comportamiento, sino que lo reconozcan como totalidad indivisible. Todo cambio conductual sostenible es también homeostático; toda transformación cognitiva profunda es también somática; toda evolución relacional es también neurobiológica.
Para organizaciones globales, el futuro no pertenece a las que optimizan procesos ignorando a las personas, ni a las que romantizan a las personas ignorando los procesos. Pertenece a aquellas que comprenden que los procesos son cristalizaciones de inteligencias implícitas colectivas. Una organización que aprende es literalmente una organización que siente —detecta disrupciones homeostáticas antes de que se conviertan en crisis, cultiva resiliencia a través de la diversidad de respuestas adaptativas e innova no por métodos impuestos, sino creando condiciones para que emerja, se combine y sorprenda la inteligencia implícita de sus miembros.
Pregúntese: ¿su organización siente? ¿O solo piensa? La diferencia no está en métricas a corto plazo, sino en el ritmo vital que pulsa —o no— entre personas, procesos y propósitos.
¿Y Si la Conciencia No Fuera Suya?
Imagine que la conciencia que siente como “suya” no es propiedad individual, sino una emanación temporal de una red homeostática distribuida. Su “yo” es solo un punto de encuentro entre trillones de células, bacterias intestinales que regulan neurotransmisores, ritmos circadianos, relaciones interpersonales y ecosistemas que sostienen su vida. El cuerpo, la mente, los vínculos, el entorno físico e incluso los sistemas naturales son coautores de lo que usted llama conciencia.
Aquí se encuentran la psicología conductual, la neurociencia y la filosofía:
1. Psicología conductual: nuestros hábitos y decisiones son respuestas homeostáticas adaptativas, no simples elecciones racionales. Cuando reacciona ante un conflicto o un cambio organizacional, su cuerpo ya procesó patrones somáticos y relaciones de refuerzo antes de cualquier reflexión consciente. El comportamiento sostenible es aquel que restaura o mantiene el equilibrio, no el que simplemente cumple reglas externas o expectativas sociales.
2. Neurociencia afectiva (Damasio): la conciencia exige sentimientos, no solo cognición. Los marcadores somáticos —cambios en respiración, ritmo cardíaco, tensión muscular— son señales preconscientes que anticipan decisiones y regulan interacciones. Ignorar estas señales es tomar decisiones con inteligencia amputada, como líderes que solo leen informes y números, pero no perciben el impacto visceral de sus acciones.
3. Filosofía práctica (Spinoza + ética contemporánea): el bien es lo que aumenta la potencia de actuar; el mal es lo que la disminuye. Cuando los líderes imponen metas imposibles o culturas de competencia destructiva, violan el tejido homeostático colectivo. La crueldad corporativa no es solo cuestionable éticamente —es anti-inteligencia viva.
Práctica Radical Integrada
Para vivir esta integración, propongo un ejercicio de DCC como experimento de siete días que une cuerpo, comportamiento y filosofía:
• Cuerpo: observe respiración, tensión muscular, energía y sueño. Pregúntese: “¿Cómo reacciona mi cuerpo ante las demandas y decisiones de hoy?”
• Relaciones: registre interacciones significativas. ¿Cada relación lo regula o desregula? No para juzgar, sino para mapear patrones homeostáticos.
• Entorno y ecosistema: perciba cómo el espacio físico, clima, cultura organizacional o incluso el ritmo urbano afectan su vitalidad.
• Ética incorporada: antes de actuar, pregúntese: “¿Esta decisión aumenta o disminuye la vitalidad —mía y de quienes me rodean?” Sienta la respuesta en su cuerpo.
El truco no es analizar hojas de cálculo ni repetir fórmulas de autoayuda. Es sentir y reflexionar sobre la experiencia encarnada, observando patrones que solo emergen de la práctica. La pregunta deja de ser “¿Cómo estoy?” y se convierte en: “¿Cómo están nuestras vitalidades?”
Ejemplos Prácticos que Transforman la Cultura Organizacional
Sé que lo que voy a proponer puede sonar sacado de los libros de autoayuda más superficiales —esos que prometen “transformar tu vida en 7 pasos” o “ser más feliz en 3 minutos al día”. Pero no es nada de eso.
También sé que puede parecer utópico, impracticable o distante de la realidad corporativa o de tu rutina diaria. Y quizás, mientras lees, una voz interna ya esté diciendo: “No funcionará. Esto es palabrería. No tengo tiempo para esto.”
Pregúntate: ¿estas percepciones son realmente obstáculos, o son tus creencias gritando dentro de ti? ¿Miedo al cambio? ¿A la vulnerabilidad? ¿O simplemente al hecho de aceptar que es posible actuar de manera más humana en un ambiente que hasta ahora solo conociste como frío y jerárquico?
Un desafío simple: ¿alguna vez has intentado realmente humanizar un entorno? No en teoría, no en diapositivas motivacionales, sino con plena atención al cuerpo, a la energía de las personas y a la ética de las decisiones.
Lo que propongo no es “otro método milagroso”. Es práctica concreta —sentir, percibir y actuar en la realidad de tu equipo u organización, generando resultados tangibles y duraderos, aunque parezcan pequeños al principio.
• Reuniones homeostáticas: comienza encuentros estratégicos con 2 a 3 minutos de atención plena al cuerpo. Cada participante observa respiración, postura, tensión muscular y energía interna. No es meditación espiritual; es percibir señales vivas antes de cualquier decisión crítica. ¿Alguna vez sentiste cómo el silencio o un leve ceño fruncido puede cambiar toda la sala? Ahora imagina capturar eso conscientemente.
• Mapeo de la ecología relacional: realiza un inventario realista de los vínculos en el equipo. ¿Quién apoya la co-regulación emocional? ¿Quién genera tensión o fricción? Usa estos datos para ajustar roles, responsabilidades y comunicación, más allá de las métricas tradicionales. La inteligencia implícita del grupo puede observarse, activarse y potenciarse —si tienes el coraje de mirar.
• Políticas éticas somáticas: antes de lanzar proyectos, metas o cambios significativos, pide a cada participante registrar sus sensaciones corporales: “me siento energizado”, “me siento bloqueado”, “me siento ansioso”. Analiza patrones colectivos. Las tensiones recurrentes no son obstáculos a ignorar —son alertas silenciosas, muchas veces invisibles en hojas de cálculo o KPIs, que pueden salvar a tu equipo del burnout, la frustración o conflictos innecesarios.
¿El efecto?
Liderazgo que no solo piensa, sino que siente, anticipa y co-regula.
Organizaciones que no solo ejecutan, sino que responden, se adaptan y preservan vitalidad.
Conciencia que no se limita a un cerebro o cuerpo aislado, sino que se expande en red, ética y ecología de vida —conectando decisiones con impactos tangibles en individuos, equipos y resultados organizacionales.
Finalmente,
La obra de Antonio Damasio no nos entrega respuestas listas; nos devuelve preguntas que la modernidad, en su prisa racionalista, había silenciado. Al reconectar conciencia y cuerpo, razón y sentimiento, individuo y ecología, Damasio no ofrece solo otra teoría: nos abre el mapa del territorio donde se desplegará la próxima etapa de la evolución humana.
Las organizaciones que cierran los ojos a esta realidad no solo pierden competitividad; se vuelven anacrónicas, superadas por estructuras capaces de operar con la inteligencia total que la vida ha desarrollado en miles de millones de años —inteligencia que no se mide en informes, sino que se siente en los cuerpos, en las relaciones y en los ecosistemas que nos sostienen.
La cuestión no es si integrarás estas dimensiones en tu trabajo y relaciones. La cuestión es: ¿lo harás de manera consciente, intencional y encarnada, o serás forzado por las crisis homeostáticas —personales, organizacionales y civilizacionales— que emergen inevitablemente cuando los sistemas inteligentes funcionan como máquinas sin sentir?
La diferencia entre sobrevivir y evolucionar no se mide en métricas a corto plazo. Está en la capacidad de sentir, co-regular, adaptarse y regenerarse —de percibir que cada decisión reverbera mucho más allá del cuerpo individual, atravesando redes de relaciones, estructuras sociales y ecosistemas vivos, invitando a una resignificación continua. Integrar conciencia encarnada no es un lujo filosófico: es un imperativo evolutivo.
Y si aceptas esta perspectiva, cada acción deja de ser individual: el líder no actúa solo, el equipo no reacciona aisladamente, la decisión no se cumple sin reverberaciones homeostáticas. La conciencia es relacional, distribuida y ética, y de ella emergen comportamiento sostenible, innovación real y liderazgo transformador.
El desafío final: experimenta una semana observando tu conciencia como fenómeno colectivo, midiendo impactos en el cuerpo, las relaciones, la cultura y los ecosistemas que sostienen tu vida. Esta práctica, simple en su forma pero profunda en su esencia, es el punto de partida para la verdadera evolución humana y organizacional —un salto que conecta filosofía, neurociencia y psicología conductual en cada respiración, interacción y decisión.
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