
EL SECRETO DE LAS ORGANIZACIONES (Y PERSONAS) QUE TRANSFORMAN FRACASOS EN ORO
“El maestro preguntó al discípulo:
— ¿Sabes por qué el bambú se quiebra en la tormenta,
mientras que el junco sólo se inclina?
Porque uno cree ser fuerte,
el otro conoce la sabiduría de la flexibilidad táctica.
La cuestión nunca fue sobre caer o no caer…
sino sobre lo que eliges aprender
mientras estás en el suelo.” – Marcello de Souza
Imagina un laboratorio donde, en lugar de celebrar descubrimientos, los científicos coleccionan fracasos meticulosamente catalogados. ¿Suena paradójico? Así es exactamente como operan las mentes verdaderamente disruptivas. Clayton Christensen nos revela un principio ancestral al decir que “las innovaciones disruptivas no surgen al ignorar los errores, sino al profundizar en ellos, cuestionando las suposiciones que damos por sentadas”. Una visión que resuena con la filosofía oriental del kintsugi, el arte de reparar lo roto con oro, transformando los defectos en una belleza única. Pero, ¿qué nos pueden enseñar la neurociencia, la psicología social y los pensadores marginales sobre esta alquimia cognitiva?
Las grandes innovaciones disruptivas no nacen de la ignorancia de los errores, sino de una inmersión profunda y cuestionadora en sus entrañas. Te invito a abandonar el pensamiento lineal y habitual para adentrarte en un terreno donde la duda fecunda la creatividad y la transformación. La mirada superficial encarcela en lo repetitivo; la mirada profunda abre las puertas de la reinvención y la excelencia genuina.
Vivimos en una sociedad obsesionada con resultados inmediatos y éxitos infalibles, donde pocos se atreven a explorar las sombras del fracaso. La verdadera innovación no florece bajo los reflectores de las conquistas, sino en las sombras de los errores rigurosamente diseccionados. Christensen desvela un paradoja esencial: nuestra aversión al error limita nuestra capacidad de trascender lo obvio. ¿Y si, en lugar de temer al fracaso, comenzáramos a venerarlo como un maestro silencioso?
La riqueza del error como motor de innovación
“Hay caídas que elevan el alma. Hay fracasos que abren portales. Sólo quien escucha el silencio de sus propias rupturas puede reescribir su sinfonía interior.” – Marcello de Souza
No te equivoques: el fracaso no es el villano en el proceso evolutivo del conocimiento y la transformación. Al contrario, es un terreno fértil para el surgimiento de lo nuevo. Cuando evitamos o disimulamos las imperfecciones, cristalizamos modelos arcaicos que resisten la renovación. Una mirada genuinamente transformadora —inspirada por un paradigma sistémico, conductual y filosófico— se sumerge en las incomodidades de las fragilidades para revelar los mecanismos ocultos que gobiernan nuestros procesos cognitivos, emocionales y sociales.
El fracaso se convierte así en punto de partida para revisar supuestos, desmontar creencias arraigadas y desafiar el sentido común. Esta actitud exige coraje intelectual y emocional —la disposición a abandonar la zona de confort epistemológica y asumir riesgos cognitivos. La neurociencia lo confirma: esta postura activa involucra redes neuronales asociadas al aprendizaje profundo y a la plasticidad cerebral, fortaleciendo la resiliencia cognitiva y emocional.
Gilbert Simondon nos recuerda que la individuación es un proceso continuo: el sujeto nunca está completo, sino en constante devenir. En esta lógica, el error y la imperfección no son desvíos, sino condiciones fundacionales de lo nuevo. Gaston Bachelard, por su parte, enfatiza que el conocimiento avanza a través de rupturas epistemológicas —momentos en los que el saber antiguo se desintegra para que nuevos horizontes puedan emerger. Y tales rupturas sólo ocurren cuando nos atrevemos a confrontar el error y abrazar la incertidumbre.
Considera el ejemplo de un director de orquesta. Ante una orquesta desafinada, podría optar por ocultar los errores en el silencio o repetir mecánicamente hasta camuflarlos. Pero al elegir escuchar atentamente cada desliz, cada nota fuera de tono, transforma la percepción del error en sinfonía de posibilidades. Comprende que la armonía no nace de la perfección inmaculada, sino del diálogo sensible entre disonancias y correcciones inspiradas.
Isabelle Stengers nos invita a ver la ciencia —y por extensión, la innovación— no como procesos lineales y predecibles, sino como prácticas profundamente interactivas, indeterminadas y arraigadas en la experiencia. Transponiendo esta perspectiva al ambiente organizacional, se vuelve evidente que el conocimiento no nace de trayectorias rectas, sino de una trama viva, tejida entre cultura, afectos, tensiones y errores cotidianos.
En las organizaciones de la era PERMAVUCALUTION —donde la volatilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad, aceleración y transformación conforman la nueva normalidad— la innovación sólo florece cuando se reconoce que el verdadero aprendizaje ocurre en el encuentro con lo imprevisible. Al igual que la “aventura del pensar” propuesta por Stengers, el desarrollo organizacional exige apertura al diálogo entre saberes diversos, múltiples perspectivas y realidades en tensión. Un laboratorio vivo, donde los errores no son eliminados, sino tratados como catalizadores de descubrimientos significativos.
Imagina un equipo que afronta sus desafíos no como problemas a ser resueltos mediante métodos predefinidos, sino como un ecosistema donde cada voz, cada error y cada intento contribuyen a la construcción colectiva de sentido. Este enfoque sistémico permite el florecimiento de la inteligencia colectiva —que va más allá de la suma de las partes— transformando a la organización en un organismo adaptativo, que aprende de sus imperfecciones.
Desde esta óptica, el liderazgo abandona el modelo jerárquico de comando y se reinventa como facilitador de redes vivas de colaboración, escucha y experimentación. El líder que encarna esta visión comprende que, para que la organización evolucione, es necesario crear espacios psicológicamente seguros para el error, cultivar la escucha activa y valorar el cuestionamiento constante. La innovación disruptiva, por tanto, no emerge de la búsqueda de la perfección absoluta, sino del coraje de explorar las zonas grises de lo desconocido y permitir que lo inesperado se manifieste como materia prima de la transformación.
Desde el punto de vista neurocientífico, esta postura fortalece las redes de flexibilidad cognitiva y emocional —fundamentales para la adaptación en contextos volátiles y complejos. Psicológicamente, favorece la resiliencia organizacional y el compromiso genuino, nutrido por el sentimiento de pertenencia a un proceso que valora el aprendizaje desde el error —no como estigma, sino como fuente preciosa de reinvención.
Así, la organización se transforma en un organismo epistémico en constante individuación, donde el error se reconoce como impulso vital que provoca rupturas de paradigmas y abre paso a lo nuevo. En este movimiento continuo de reinvención, las organizaciones dejan de ser máquinas predictivas para convertirse en ecosistemas vivos, capaces de florecer en medio del caos y la complejidad del mundo contemporáneo.
Ahora, transpón esta imagen a tu vida:
¿Cuántas veces has evitado enfrentar la incomodidad de un error —personal, profesional, emocional? ¿Y cuántas oportunidades de crecimiento se perdieron en ese silencio o en esa repetición automática?
La escucha profunda de nuestras propias fallas es, por excelencia, un acto de coraje y lucidez —una práctica de presencia que nos invita a la reinvención constante, a la expansión de la conciencia y a la reconstrucción de nuestros modos de ser y actuar en el mundo.
Cuestionando las certezas para desatar nudos invisibles
“La verdadera sabiduría no reside en evitar la caída, sino en aprender a levantarse con más coraje y visión. Pues es en el suelo fértil del error donde florecen las semillas de lo extraordinario.” – Marcello de Souza
Vivimos inmersos en sistemas complejos, donde creencias y paradigmas atraviesan generaciones, sedimentándose como verdades absolutas. Sin embargo, el cambio disruptivo solo ocurre cuando lanzamos una mirada crítica y refinada sobre estas “certezas”. El cuestionamiento no es un mero ejercicio intelectual, sino una herramienta imprescindible para revelar los nudos invisibles que aprisionan nuestros potenciales.
En este sentido, la filosofía nos enseña que cuestionar es un acto fundamental para la emancipación del pensamiento. Romper con el dogmatismo implica la conciencia de la propia ignorancia, condición que nos vuelve aptos para aprender, desaprender y reaprender. En el ámbito organizacional, los líderes que cultivan esta postura inspiran culturas de aprendizaje continuo, donde el error se integra como un elemento estratégico de innovación.
El poder del “no saber”: el inicio de la transformación
“La duda, cuando es honrada, es semilla de sabiduría. El error, cuando se escucha, es sendero de transformación. Y el silencio que se permite cuestionar es la cuna de lo nuevo.” – Marcello de Souza
Sócrates, al afirmar “solo sé que no sé nada”, no proclamaba la ignorancia como un fin, sino como un punto de partida para la sabiduría genuina. Esta conciencia de la incompletitud – que resuena con la individuación propuesta por Simondon – nos invita a habitar el espacio entre el saber cristalizado y el saber posible. La verdadera transformación emerge cuando permitimos que el vacío de la duda reemplace la rigidez de las certezas.
Desde el punto de vista de la neurociencia, el estado de incertidumbre activa regiones cerebrales relacionadas con la curiosidad y la motivación intrínseca, como la corteza prefrontal y el sistema dopaminérgico. Cuestionar, por lo tanto, no es solo una actitud filosófica, sino también un motor biológico que impulsa el aprendizaje adaptativo. En entornos organizacionales, esto se traduce en una mayor apertura a la experimentación, agilidad frente a lo inesperado y fortalecimiento de la inteligencia colectiva.
Identificando los nudos invisibles: creencias que operan bajo la superficie de la cultura
Gran parte de los obstáculos para la innovación y la evolución personal o institucional reside en patrones inconscientes – los llamados “nudos invisibles” que estructuran nuestras formas de pensar, sentir y actuar. Son narrativas internalizadas que moldean la realidad sin que nos demos cuenta de su influencia. Estos nudos actúan como algoritmos psíquicos, reiterando respuestas automáticas y obstruyendo la emergencia de lo nuevo.
La Psicología Conductual, así como los procesos de Desarrollo Cognitivo Conductual o incluso la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), revelan que muchos de estos nudos se originan en mecanismos de evitación experiencial – el impulso casi instintivo de huir del malestar emocional, cognitivo o social. Al no cuestionar estas construcciones, perpetuamos patrones desadaptativos que sabotean nuestro desarrollo. El cuestionamiento consciente, en cambio, expone estas ataduras ocultas y permite resignificaciones potentes.
Entre el apego al control y la liberación a través de la duda
Las organizaciones que operan bajo el imperativo de la previsibilidad tienden a cultivar una cultura de aversión al riesgo y a la ambigüedad. En estos contextos, el error es castigado, el cuestionamiento es silenciado y la innovación se vuelve rehén de procesos rígidos. Sin embargo, la realidad de la PERMAVUCALUTION exige justamente lo contrario: estructuras flexibles, liderazgos cuestionadores y ambientes que acogen lo inesperado.
Inspirados en Edgar Morin, podemos decir que el pensamiento complejo es aquel que abraza la incertidumbre sin paralizarse. Se trata de una forma de conciencia que reconoce las múltiples capas de la realidad, donde verdades parciales conviven en tensión creativa. Los líderes que operan desde este lugar se vuelven artesanos de la ambigüedad, cultivando espacios de diálogo donde la duda es valorada como fuente de potencia y no como debilidad.
El malestar como brújula evolutiva
La presencia del malestar – sea individual o colectivo – suele ser una señal de que algo debe ser cuestionado. En lugar de evitar esta sensación, debemos acogerla como una brújula evolutiva. El malestar revela dónde están operando los nudos invisibles, dónde hay tensiones no resueltas, dónde lo viejo ya no sirve, pero lo nuevo aún no ha emergido.
En la práctica, esto exige líderes y profesionales dispuestos a practicar la escucha radical – no solo del otro, sino de sí mismos. Escuchar sus propias incoherencias, los malestares silenciosos y las preguntas no formuladas. Pues es en este terreno fértil de la escucha interna donde germinan los mayores saltos de conciencia y los cambios más profundos.
El sujeto como coautor de su propio devenir
En la lógica de la individuación continua, la duda no representa un obstáculo, sino una palanca para el devenir. El sujeto que cuestiona sus certezas se vuelve coautor de su propio proceso de transformación. Al abdicar de respuestas prontas y abrazar la complejidad, entra en un campo de libertad creativa, donde la identidad deja de ser una etiqueta estática para convertirse en una construcción viva en permanente elaboración.
En este escenario, la organización también se transforma: de un espacio de control y previsibilidad a un campo fértil de coevolución, donde los errores son señales de caminos inéditos y el cuestionamiento se convierte en práctica cotidiana. Cuando la duda se convierte en cultura, la innovación se vuelve inevitable.
¿Y tú?
• ¿Cuáles son las certezas que tienes miedo de cuestionar?
• ¿Qué narrativas repites sin darte cuenta y que tal vez estén limitando tu capacidad de evolucionar?
• Como líder, ¿permites que tu equipo cuestione, experimente y erre — o exiges respuestas rápidas, aunque superficiales?
• ¿Cuáles son los nudos invisibles que aún necesitan ser desatados para que tú y tu organización puedan florecer en un nuevo ciclo de conciencia y potencia?
A veces, es necesario abandonar la seguridad de lo conocido para acoger el riesgo del devenir. Porque solo aquello que es capaz de cuestionarse puede verdaderamente reinventarse.
El papel de la conciencia reflexiva en la transformación sistémica
Trascender lo convencional exige algo más que cambios superficiales — exige cultivar una conciencia reflexiva capaz de captar el contexto sistémico en toda su complejidad. Esa conciencia no se limita al análisis lineal o fragmentado de los fenómenos, sino que se expande para percibir las múltiples capas e interacciones dinámicas que moldean nuestras experiencias individuales, sociales y organizacionales.
Es una invitación a una mirada integradora, que acoge simultáneamente las dimensiones cognitiva, afectiva y social, promoviendo una percepción ampliada que desvela patrones automáticos, disfunciones subyacentes y potenciales aún no manifestados. La conciencia reflexiva funciona así como un agente de transformación que desplaza el foco del error como fracaso hacia el error como puerta de entrada para el avance — un eslabón vital para la construcción de un desarrollo conductual sostenible.
En el día a día de las organizaciones ágiles, por ejemplo, esa conciencia es palpable. Ambientes que fomentan la retroalimentación honesta y el cuestionamiento abierto crean espacio para la innovación genuina, promueven la cohesión y amplían la satisfacción tanto individual como colectiva. Esta realidad evidencia la importancia de un diseño organizacional intencionalmente orientado a valorar el error — no como estigma o amenaza, sino como parte intrínseca del proceso evolutivo.
Así, al expandir la conciencia reflexiva, creamos culturas donde aprender, desaprender y reaprender se convierten en prácticas continuas e integradas, promoviendo la resiliencia y la adaptabilidad necesarias para enfrentar las complejidades del mundo contemporáneo. En este escenario, repito aquí entonces, el error deja de ser tabú y se transforma en un catalizador de cambios profundos, un componente indispensable para la innovación disruptiva y para la emergencia de nuevas formas de pensar, actuar y liderar.
La paradoja del fallo y el florecer de la autenticidad
“El fracaso es un río subterráneo — quien se atreve a descender en las tinieblas
descubre que no corroe, sino que esculpe los cañones por donde fluirán
las próximas revoluciones.” — Marcello de Souza
A lo largo del camino que atravesamos — desde la riqueza del error como motor de la innovación, pasando por el cuestionamiento de certezas, hasta el desarrollo de la conciencia reflexiva — llegamos a un punto crucial: reconocer la falla no solo como señal de limitación, sino como una expresión profunda de la vulnerabilidad existencial que habita en cada individuo y organización. Esta vulnerabilidad, lejos de ser debilidad, es la matriz de la autenticidad, un atributo raro y valioso en el escenario acelerado y competitivo que define nuestro tiempo.
La psicología positiva y la logoterapia nos ofrecen una lente poderosa para comprender cómo el sentido y el propósito emergen justamente del encuentro con nuestras imperfecciones. Asumir el error con integridad y coraje no se limita a una mera reparación técnica o corrección de un desvío. Se trata de un acto de humildad radical — una escucha activa de uno mismo y del otro, que abre espacio para la creatividad genuina y el florecimiento de nuevas posibilidades cognitivas y conductuales.
Esta paradoja del fallo como semilla de la renovación personal y colectiva refuerza la idea de que el verdadero avance está en la disposición para navegar las incertidumbres, abrazar la complejidad y cultivar ambientes psicológicos seguros para el error. Solo así la organización y el individuo pueden trascender patrones cristalizados, transformándose en ecosistemas vivos en constante proceso de individuación y evolución.
El fallo, entonces, es un río subterráneo que esculpe los cañones de las próximas revoluciones — no porque destruye, sino porque modela los caminos por donde fluye lo extraordinario. Enfrentar esta realidad es permitir que la autenticidad brote desde las profundidades del error, revelando el poder transformador del coraje y de la visión renovada.
Te invito, lector, a reflexionar: ¿cuántas veces el rechazo o la ocultación del error impidieron que tu autenticidad floreciera? ¿Qué ríos subterráneos estás dispuesto a explorar para esculpir los cañones de tu próximo gran avance?
I. Por qué nuestro cerebro sabotea la innovación
“El águila que vuela más alto es la que más lejos ve — pero también la que primero percibe la tormenta. ¿Será el fracaso un viento en contra… o el impulso que la eleva?” — Marcello de Souza
La complejidad de la innovación a menudo choca con una trampa neurocognitiva: el cerebro, diseñado para preservar la seguridad, reacciona ante lo inesperado con resistencia y evasión. Estudios contemporáneos en neuroplasticidad evidencian que la corteza prefrontal — centro ejecutivo del pensamiento racional y control — dispara mecanismos de alerta frente al error, promoviendo respuestas de evitación que, paradójicamente, limitan la creatividad y la adaptabilidad. En el ambiente organizacional, esta dinámica se exacerba cuando los errores son castigados, creando trayectorias neuronales rígidas que sofocan el potencial innovador.
La salida a este impasse está en la propuesta de la fricción cognitiva intencional — la exposición calculada a desafíos y malestares necesarios para que el cerebro construya nuevos caminos sinápticos. De modo análogo al entrenamiento muscular, el cerebro requiere microlesiones para fortalecerse. Investigaciones con orquestas sinfónicas ilustran esto: las más innovadoras permitían, analizaban y aprendían de las “notas erradas” durante los ensayos, transformando el error en instrumento de mejora colectiva.
II. La paradoja de Wittgenstein: cómo las fallas revelan los límites del lenguaje
Wittgenstein, en su filosofía del lenguaje, demuestra que muchos impasses y errores nacen de trampas lingüísticas — palabras y conceptos que usamos sin cuestionar, asumidos como verdades absolutas. En contextos empresariales, por ejemplo, el fracaso de una “aplicación revolucionaria” puede residir menos en el desarrollo técnico y más en el concepto mismo de “revolución” no desconstruido.
Un ejercicio esencial de autoanálisis es identificar las palabras clave que operan como dogmas invisibles en proyectos fallidos, para luego desafiarlas con nuevas definiciones que abran espacio para perspectivas contraintuitivas y disruptivas.
III. Psicología del olvido activo: la técnica de los 3 enterramientos
Inspirándome en estudios sobre memoria selectiva, propongo un ritual en tres actos para transformar el fracaso en herramienta de aprendizaje duradero:
1. Entierro simbólico: Documentar el error detalladamente y realizar un acto físico de liberación (quemar o rasgar el documento), promoviendo una sensación neuroquímica de “pasar página”.
2. Exhumación estratégica: Después de 30 días, revisar el caso con preguntas profundas sobre patrones ocultos y oportunidades exclusivas que emergen de ese fracaso.
3. Transmutación: Crear un “antimanual” con reglas positivas derivadas de la experiencia, transformando lo que nunca se debe volver a hacer en principios de acción constructiva.
IV. El principio de la serendipia controlada: cuando el azar se convierte en método
Los descubrimientos disruptivos frecuentemente nacen del azar, pero solo para quienes epistemológicamente están preparados para reconocerlos y aprovecharlos. Una investigación del MIT revela que el 78 % de los grandes descubrimientos científicos resultaron de “errores felices”. El ejemplo emblemático es el Viagra, desarrollado a partir de la investigación atenta de un efecto secundario inesperado.
Para cultivar esta serendipia, se recomienda mantener un “diario de anomalías”, registrando resultados que desafíen creencias establecidas, transformando el azar en un método consciente de innovación.
V. La ontología del fracaso: por qué algunas culturas ven el error como fantasma, otras como fertilizante
El análisis antropológico organizacional identifica tres rasgos comunes a ambientes innovadores y resilientes:
1. Rituales de vulnerabilidad: Espacios seguros donde líderes comparten abiertamente sus fracasos recientes, promoviendo identificación y confianza colectiva.
2. Arqueología de premisas: Cuestionamientos sistemáticos y periódicos que desafían verdades consideradas inmutables, abriendo camino para la revisión y reinvención.
3. Celebración de muertes simbólicas: Eventos simbólicos que marcan el fin de proyectos fallidos, enfatizando aprendizajes y liberando energía para nuevos ciclos.
Finalmente,
En este recorrido, hemos sido invitados a mirar el error no como un estigma, sino como el terreno fértil de la transformación. Partimos del entendimiento de que las fallas no son meros accidentes, sino símbolos ricos en significado — portales hacia el crecimiento personal y colectivo.
Deconstruimos el mito de la linealidad, mostrando que, aunque el cerebro está programado para la seguridad, puede abrirse a la innovación cuando es desafiado de forma intencional. Cuestionamos las certezas que nos aprisionan, revelando los nudos invisibles que limitan nuestra visión y nuestra capacidad de crear.
Descubrimos la fuerza de la conciencia reflexiva, esa capacidad humana que trasciende la superficie de los acontecimientos para captar patrones profundos, permitiéndonos actuar con intencionalidad y sabiduría.
Finalmente, enfrentamos la paradoja del fracaso, reconociendo en él la clave para la autenticidad y la reinvención, sostenidos por una mirada filosófica que trasciende el simple “acierto o error”.
Así, la invitación se vuelve clara y urgente: que podamos habitar una mentalidad donde el fracaso no solo sea aceptado, sino celebrado — como la materia prima indispensable de la excelencia y la innovación verdadera.
Que este viaje provoque en ti, amigo mío, el despertar a una nueva forma de pensar, sentir y actuar, abriendo espacio para que la disrupción constructiva florezca, tanto individual como colectivamente. Al fin y al cabo, en los pliegues invisibles del error reside la semilla de la transformación — una alquimia silenciosa que solo se revela a quienes tienen el coraje de mirar hacia adentro, desafiar sus certezas y permitirse renacer. Que el fracaso sea, por lo tanto, no el fin, sino el inicio continuo de lo extraordinario en tu vida y en tu organización.
Que cada nudo desatado en el tejido de tu conciencia sea un paso hacia una existencia más auténtica, conectada y vibrante. El viaje es tuyo, y el poder del cambio está en el coraje de tu mirada reflexiva.
Sigamos, entonces, con el corazón abierto y la mente inquieta — siempre dispuestos a aprender, desaprender y reinventar el mundo a nuestro alrededor.
Invitación a la reflexión y acción consciente
• ¿Cuál es tu “error fértil” más preciado — aquel que, en retrospectiva, se reveló esencial para tu crecimiento?
• ¿Qué dogma invisible en tu área estás dispuesto a desafiar esta semana?
• ¿De qué “error fértil” te sientes más orgulloso?
Así, te invito, lector, a revisitar tus fallas — personales o profesionales — con una mirada renovada: no como obstáculos definitivos, sino como portales hacia la disrupción constructiva. ¿Qué creencias arraigadas en ti o en tu organización merecen ser cuestionadas? ¿De qué manera puede cultivarse la conciencia reflexiva para que el error se convierta en un recurso de excelencia?
El fracaso no es el opuesto del éxito; es su laboratorio secreto. La cuestión es: ¿estás dispuesto a entrar en él sin garantías?
Comparte tus percepciones, cuestionamientos y experiencias en los comentarios. Tu visión es fundamental para enriquecer esta conversación que trasciende los límites del conocimiento tradicional. Deja tu “me gusta” para que juntos ampliemos este diálogo transformador.
Si este enfoque resuena contigo, sabe que estoy a tu disposición para apoyarte en tu camino de autodescubrimiento y desarrollo personal.
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