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FELICIDAD CONSCIENTE: EL VIAJE INTERIOR HACIA LA PLENITUD

La razón de la vida se encuentra en la búsqueda incesante de la felicidad, un camino que se profundiza aún más para quienes se dedican al autoconocimiento y cultivan una soledad virtuosa. La felicidad, a su vez, no es un destino final, sino un viaje efímero y temporal que se manifiesta en momentos raros que se nos conceden a lo largo de la vida. A diferencia de los deseos, la felicidad se revela como un estado que, al experimentarlo, deseamos prolongar infinitamente, pero que, inevitablemente, se disuelve como un sueño al amanecer.
Los deseos, por otro lado, tienen una naturaleza diferente: al alcanzar uno, a menudo nos encontramos atrapados en la aparición de un nuevo anhelo, alimentando un ciclo interminable que refleja la condición humana y su búsqueda constante por más. El ser humano es, por naturaleza, un ser deseante. Es en este punto donde surge la necesidad de comprender la voluntad, algo que trasciende el simple estado de deseo y se conecta a un propósito mayor, una ancla que da sentido a la vida. La voluntad no se limita a placeres momentáneos; es la fuerza que nos impulsa a superar sacrificios, angustias y las heridas inevitables del camino. Es ella quien nos lleva adelante, incluso cuando los deseos se revelan fugaces e insaciables.
Para la voluntad, hay un único sentido: el momento en que, al mirarnos a nosotros mismos, percibimos que el viaje, con todas sus matices y sacrificios, ha valido la pena. Este instante es lo que llamo ‘plenitud finita’: un estado en el que la felicidad plena se manifiesta porque la voluntad y la trayectoria se justifican en un encuentro único y efímero, pero absolutamente significativo. Ese momento es breve, y precisamente por ser fugaz, se vuelve aún más valioso, ya que es allí donde se concreta el verdadero significado de existir.
Sin embargo, para la voluntad, el resultado no se traduce en permanencia o posesión, sino en un aprecio genuino por lo que se ha vivido, por la experiencia en sí. No es la acumulación de logros ni la satisfacción continua de deseos lo que trae este sentimiento, sino la conciencia de que, en algún punto del camino, hubo un sentido mayor, una conexión profunda con el propio ser.
Vivir, por lo tanto, es estar en el presente del presente en cuerpo y alma, reconociendo la riqueza del instante que se manifiesta en constante movimiento, un encuentro entre el presente del pasado y el presente del futuro. Es una danza delicada entre voluntades, deseos y felicidad, donde estos elementos se entrelazan y, cuando se comprenden y acogen, nutren el alma y nos guían hacia propósitos más elevados y significativos. Es una aventura continua de resignificaciones, donde vivir en el presente no implica borrar el pasado o ignorar las heridas y angustias que nos han moldeado; al contrario, es integrar esas experiencias como parte esencial de nuestra trayectoria, reconociendo que son ellas las que nos proporcionan la capacidad de amar y valorar a nosotros mismos.
Así, atribuimos profundidad a nuestros sentimientos y experiencias, trascendiendo lo ordinario y abrazando lo extraordinario en cada instante vivido. Al permitir que estas fuerzas coexistan y se armonicen, valoramos cada momento, reconociendo que el presente es, en realidad, una suma de todo lo que hemos sido, somos y aspiramos a ser. La belleza y la complejidad de nuestra existencia residen en la aceptación plena de que el ahora es un reflejo continuo, un punto de conexión entre todas las temporalidades que nos conforman. Y es precisamente sobre esta danza entre deseos, voluntades y la profundidad del presente que hablaremos en este artículo de hoy.

La Percepción De La Esencia Y La Lucidez De Los Deseos

La percepción de la esencia de quiénes somos realmente está intrínsecamente conectada a la lucidez que cultivamos en nuestras deliberaciones sobre lo que realmente importa para nosotros. Esta lucidez nos invita a una inmersión profunda en nuestros anhelos, desafiándonos a explorar las capas que los componen y a comprender cómo estos deseos moldean nuestra identidad y trayectoria de vida. Al reflexionar sobre lo que anhelamos, nos enfrentamos a una pregunta fundamental: ¿cuáles de nuestros deseos son superficiales y cuáles alimentan nuestros propósitos más profundos?
Es en este espacio de discernimiento donde encontramos la angustia de la vida cotidiana, muchas veces alimentada por deseos efímeros que nos alejan de nuestra verdadera esencia. La lucidez, entonces, se convierte en una herramienta vital, permitiéndonos distinguir entre estos anhelos pasajeros y aquellos que verdaderamente guían nuestras acciones hacia una vida más auténtica. En este contexto, el autoamor emerge como una práctica esencial, donde abrazamos no solo nuestras aspiraciones, sino también nuestras cicatrices y los momentos desafiantes que nos han moldeado. Esta aceptación de las experiencias vividas nos impulsa a buscar un sentido mayor para nuestras vidas, trascendiendo la búsqueda de placeres momentáneos.
Así, al vivir con conciencia y presencia, permitimos que nuestra verdadera esencia florezca y se manifieste de manera plena y significativa. La comprensión intrínseca de nuestros deseos no es meramente un reflejo de nuestras aspiraciones; es un espejo que revela nuestras elecciones y dirige nuestro camino. El ser humano, por naturaleza, es impulsado por deseos que lo orientan hacia la vida. En este sentido, los valores que abrazamos se vuelven fundamentales en la formación de estas elecciones, delineando el recorrido que seguimos y estableciendo un alineamiento esencial entre quienes somos y quienes deseamos ser.
En este proceso, la claridad sobre nuestros valores y deseos no solo otorga sentido a lo que pensamos, sino que también fundamenta la construcción de nuestra identidad y trayectoria. Al reconocer esta interconexión, somos invitados a cultivar una vida que no solo busca la felicidad, sino que también se compromete a abrazar la complejidad de la existencia para encontrar significado en las matices de nuestra trayectoria. Ahora, te pregunto: ¿qué momentos de nuestra vida nos hicieron sentir la diferencia entre felicidad y deseo? ¿Puedes darte cuenta de cuánto estás ausente de tu propio presente?

“La conciencia es una botella vacía en el océano de afectos en un maremoto.” (Nietzsche)

En este contexto, la conciencia se presenta como una botella vacía que flota en las tumultuosas aguas de un océano repleto de afectos, sumergida en un maremoto de emociones y sensaciones. Cada pensamiento es una ola que se forma y se despliega, llevando consigo nuestras vivencias sensoriales. Lo que pensamos es, en última instancia, un reflejo de lo que sentimos; en otras palabras, no hay forma de disociar la razón de los afectos. La interpretación de nuestros pensamientos no puede ser plena si no comprendemos las emociones que los fundamentan. Por lo tanto, no podemos escapar del laberinto de las emociones sin antes permitirnos experimentarlas en su totalidad.
A lo largo de tu trayectoria, ¿hubo momentos en los que te sentiste verdaderamente feliz? ¿Qué enseñanzas te dejaron esos momentos sobre tus deseos? Quiero que te des cuenta de que la vida se revela como un intrincado conjunto de relaciones, un torbellino de sensaciones que nos lleva ora a la alegría, ora a la tristeza. Estos afectos, en su soberanía, son los protagonistas de nuestra existencia, moldeando no solo nuestras acciones, sino también la esencia de lo que somos.
Al reconocer que todas las acciones están gobernadas por las sensaciones y que todos los pensamientos brotan de un suelo fértil de sentimientos, nos damos cuenta de que vivir es mucho más que simplemente existir; vivir es una experiencia inmersiva de emoción. Es la celebración de la sensación, una constante interrelación con el otro y consigo mismo. El problema es que, en muchos momentos de felicidad, olvidamos cuestionar: ¿estos momentos trajeron claridad sobre lo que realmente deseamos? ¿Qué nuevas comprensiones sobre nuestra propia trayectoria surgieron a partir de ellos?
Cuando alguien nos pregunta cómo va la vida, la respuesta debería ir más allá de la superficialidad; el problema es que naturalmente respondemos por emoción y no por nuestros sentimientos. “¿Cómo va la vida?” es una invitación a la introspección, un relato de nuestras interacciones, de los afectos con el mundo que nos rodea. La vida, por lo tanto, se convierte en la representación de la intensidad con la que nos relacionamos: una danza entre la profundidad y la ligereza, donde cada paso es una elección que moldea nuestra próxima experiencia. Esta dinámica no solo enriquece nuestra comprensión sobre la condición humana, sino que también nos impulsa a reflexionar sobre la importancia de cultivar un estado de conciencia que abrace tanto las alegrías como las penas de la vida.
La conciencia plena se convierte, así, en una herramienta esencial en la búsqueda de la felicidad consciente. Cuando nos permitimos sumergirnos en las profundidades de lo que sentimos, entendemos que el verdadero significado de la vida no reside solo en los logros externos, sino en la manera en que experimentamos el presente. La conexión entre voluntad, deseo y felicidad se vuelve aún más evidente, creando un ciclo virtuoso que nos impulsa a buscar la plenitud y la autenticidad en nuestras vidas.
Es en esta entrelazado de emociones y experiencias donde reside la verdadera belleza de la existencia, una invitación a vivir con conciencia e intencionalidad. Por lo tanto, permítete sentir la alegría, la tristeza y la ira; vive tus sentimientos, pues todos ellos son esenciales para una comprensión más completa de ti mismo. Es la manera en que el cuerpo y la mente se expresan, diciéndote aquello que, de hecho, deberías estar escuchando sobre ti. Por eso, no te canses de preguntarte: ¿qué emociones has estado evitando y que podrían enseñarte algo valioso? Y más: ¿qué te está queriendo decir a ti mismo?

Relaciones que cultivamos no son solo interacciones

Las relaciones que cultivamos no son solo interacciones; son elecciones deliberadas que fragmentan y forman la calidad de nuestra existencia. Cada elección lleva consigo un sentido de pertenencia, un vínculo único que nos conecta al vasto sistema que entrelaza a la humanidad. Así, la vida se despliega en sistemas de conexiones, donde la calidad de nuestras relaciones refleja la profundidad de nuestro ser. Es en la medida exacta en que nos relacionamos —ya sea con los demás, con la naturaleza o con nosotros mismos— que encontramos el verdadero significado de la vida. Esta danza de afectos nos invita a profundizar, a expandir y a enriquecer nuestra conciencia, haciendo que cada momento se convierta en una oportunidad para experimentar la plenitud de la existencia.

“¿Qué es lo bueno? – Todo lo que aumenta en el hombre el sentimiento de potencia, la voluntad de potencia, la propia potencia. ¿Qué es lo malo? Todo lo que nace de la debilidad. ¿Qué es la felicidad? El sentimiento de que la potencia crece, de que se ha vencido una resistencia. No el contentamiento, sino más potencia. No la paz finalmente, sino la guerra; no la virtud, sino la excelencia.” (Nietzsche)

La vida se revela como un esfuerzo constante para encontrar y afirmar nuestro sentido de pertenencia dentro de la complejidad de las experiencias humanas. No reconocer el sentido de pertenencia es, en realidad, negar nuestra propia esencia e impedir la identificación de nuestros valores más profundos. Esta incapacidad de conectarnos con lo que realmente valoramos inhibe la comprensión de nuestro sentido de propósito, haciéndonos parecer a la deriva en un mar de incertidumbres. La falta de propósito está directamente ligada a la pérdida de la voluntad de entregarse a la propia vida, transformándola en un viaje insípido y lleno de frustraciones, donde los sueños se disipan en el vacío y en la tristeza, aprisionándonos en un estado de impotencia, incapaces de manifestar quién realmente somos.
Por otro lado, al cultivar relaciones significativas y reconocer cuánto representan de nosotros, seremos capaces de desentrañar la esencia de lo que realmente significa vivir plenamente. Estaremos empoderados para preguntarnos: ¿Qué pasos podemos dar hoy para profundizar nuestras conexiones y reencontrar la mejor versión de nosotros mismos?

Las cadenas que nos aprisionan

A menudo estamos encadenados a las expectativas ajenas, convirtiéndonos en dependientes de la aprobación de los demás mientras nos escondemos tras una máscara que oculta nuestra verdadera identidad. Esta cobardía de mostrarnos al mundo, con nuestras vulnerabilidades y aspiraciones, nos priva de la construcción de una razón que nos libere. ¿Qué es la razón, sino la traducción introspectiva de las experiencias que moldean nuestras emociones? Surge de la danza intrínseca entre nuestros afectos y la percepción consciente de nosotros mismos, como si las emociones fueran los colores que pintan el cuadro de nuestras acciones y dan significado a todo lo que sentimos. Son los sentimientos los que confieren forma y valor a nuestras vivencias, haciéndolas auténticas y significativas. Sin ellos, nuestras experiencias se vuelven neutras y desprovistas de profundidad.
Este mismo sentimiento permea nuestros afectos, revelando la riqueza de nuestra experiencia humana. Cuando ignoramos la influencia vital de los afectos, nos entregamos a una sumisión que nos aprisiona, despojándonos de la libertad inherente a la autenticidad. Esta entrega no es solo una abdicación de la autoexpresión, sino una capitulación a las inseguridades que nos impiden vivir plenamente. La ausencia de razón genera una nebulosa falta de convicción sobre nuestro papel en el mundo, ofuscando nuestra identidad y oscureciendo nuestros propósitos más nobles.
Además, debemos reconocer que somos, en gran parte, reflejos unos de otros. La autenticidad no surge solo de dentro de nosotros, sino que se revela en las interacciones que cultivamos. Sin el otro, nuestra comprensión de nosotros mismos se vuelve limitada. Cada relación que establecemos tiene el potencial de enseñarnos algo sobre nuestra propia esencia e identidad. Es en este espacio de intercambio que la autoaceptación se vuelve posible, porque, al exponernos y conectarnos genuinamente, permitimos que nuestros miedos e inseguridades sean confrontados, revelando la belleza de nuestra vulnerabilidad.
Sin claridad sobre nuestros sentimientos y la importancia de reconocerlos, nos convertimos en marionetas en manos de fuerzas externas, atrapados en la ilusión de que estamos progresando, mientras, en realidad, nos hundimos en un ciclo de fracaso y desilusión. Cada acción y cada elección se transforma en una repetición automática, resonando con las expectativas ajenas. Así, al negar nuestra verdadera esencia, nos alejamos de lo que realmente importa, viviendo a la sombra de un potencial no realizado y clamando por autenticidad y conexión genuina con nuestros deseos más profundos.
Es en este estado de servidumbre que surge la cuestión del valor de nuestros deseos. Sin claridad sobre lo que anhelamos, nos volvemos susceptibles a dejarnos llevar por convenciones que no reflejan nuestra verdad interior. Esta falta de seguridad y control solo refuerza la razón emocional que nos impulsa a existir, pero que, paradójicamente, también nos mantiene aprisionados en una existencia superficial. Por lo tanto, es imperativo volver hacia adentro, buscando la conexión entre el yo, nuestros afectos y valores, para romper las cadenas que nos atan y abrazar la esencia vibrante de nuestro ser.

Somos los Mayores Especialistas en Nosotros Mismos

Es un hecho indiscutible que todo pensamiento que permea nuestra conciencia posee un valor subjetivo, reflejando la capa más delicada y a menudo superficial de la psique humana. Incluso frente a las limitaciones que nos rodean, es imperativo que utilicemos esa fracción de nuestra experiencia para cultivar nuestro contento. La búsqueda del equilibrio interior debe basarse en la razón, convirtiéndose en una herramienta poderosa para liberarnos de las cadenas que nos aprisionan ante la mirada ajena. En este contexto, somos los únicos autorizados a ser especialistas en nosotros mismos, pues, al fin y al cabo, nadie puede conocernos tan íntimamente como nosotros mismos. Las elecciones son intransferibles y, por lo tanto, la responsabilidad de descubrir nuestro camino recae exclusivamente en nosotros. El otro, en su esencia, no puede definir quiénes somos; este es un viaje individual.
La singularidad del ser se preserva en la medida en que nos comprometemos con nuestras decisiones, afirmando nuestra individualidad. Cada elección se convierte en un paso consciente en la construcción de nuestra identidad, un ejercicio sistemático de autoconocimiento que se entrelaza con la razón. En este intrincado proceso de autodescubrimiento, las virtudes emergen como aliadas del deseo, formando un núcleo central donde el ser se afirma como un individuo en evolución. Esta transición nos lleva de un estado de mera autoconservación a un espacio de perfeccionamiento, donde la búsqueda de la excelencia se convierte en un imperativo existencial. Es en la lucha constante entre la tristeza y la alegría, entre el ser pasivo y el activo, que encontramos la posibilidad de experimentar momentos fugaces de la verdadera versión de nosotros mismos. Así, cada paso dado es una afirmación de la vida, una celebración de la autenticidad y una invitación a que el yo profundo se manifieste plenamente en el mundo en forma de alegría.
Sin embargo, es crucial recordar que, aunque somos los especialistas de nuestras propias vidas, nuestra comprensión de quiénes somos está inevitablemente influenciada por nuestras interacciones con los demás. Cada relación que establecemos sirve como un espejo que refleja no solo nuestras cualidades, sino también nuestras inseguridades. Es en este espacio de interconexión que podemos expandir nuestra percepción de nosotros mismos, reconociendo que la autenticidad no es un estado aislado, sino una danza colectiva de autenticidad, donde la aceptación del otro es esencial para nuestra propia aceptación.
La verdad es que estamos compuestos por nuestras relaciones; el otro es un componente indispensable de nuestra existencia. Si no hay otro, no sabremos quiénes somos. Por lo tanto, al nutrir nuestras relaciones con sinceridad y vulnerabilidad, no solo celebramos la autenticidad del yo, sino que también reconocemos la profundidad de la interdependencia humana. El camino hacia la autocomprensión es, así, un camino que se recorre en conjunto, donde la virtud de la aceptación —tanto de uno mismo como del otro— se convierte en la clave para desbloquear la verdadera libertad.

“El futuro no es un lugar al que estamos yendo, sino el lugar que estamos creando. El camino hacia él no se encuentra, sino que se construye, y el acto de hacerlo cambia tanto al realizador como al destino.” (John Schaar)

¿Quién sabe, entonces, si la función metafórica del alma no es, en realidad, un reflejo del rasgo divino que reside en cada uno de nosotros? Tal vez, el verdadero ser virtuoso sea aquel en el que cada faceta del tiempo opera en su medida exacta —ni menos, ni más— desempeñando el papel que le ha sido desafiante, siempre guiado por la razón. En este sentido, el dominio de la razón es la esencia de la virtud de la austeridad; es el coraje que nos impulsa a enfrentar desafíos, la prudencia que nos guía en nuestras decisiones. La razón es la virtud intrínseca a la parte racional del ser y se completa solo a través de la experiencia de vivir. Es el conocimiento que se revela en lo cotidiano, en las interacciones y en la reflexión sobre nuestras acciones.

La Danza de las Emociones y la Búsqueda de la Conciencia

Por otro lado, tal vez sea pertinente afirmar que nuestras vacilaciones e inseguridades emergen en los momentos en que las partes del alma no pueden cumplir sus funciones de manera adecuada o cuando las realizan de forma exagerada. Esto ocurre generalmente en situaciones de conflicto entre la alienación y la razón, donde las distorsiones de la realidad nos alejan del verdadero yo. No siempre podemos tener razón, y esta incapacidad puede llevarnos a un estado de confusión. La interacción que establecemos con el mundo es una reacción intrínseca a las experiencias que él nos proporciona, y nuestra conciencia es solo un fragmento ante la vastedad del universo. Esta relación es, por lo tanto, inconmensurable, compleja y llena de matices. Comprender todas las razones que nos mueven es esencial para descubrir quiénes somos, por qué somos y cómo somos. Sin embargo, esta comprensión solo se vuelve viable cuando rescatamos los efectos de las acciones del mundo sobre nosotros, una tarea que se revela distante y, a menudo, inalcanzable.
¿Alguna vez te has preguntado: ¿Estoy viviendo la vida que soñé o simplemente aceptando la que se me presentó? ¡No! Por eso, en momentos de incertidumbre, a menudo nos encontramos perdidos en nuestras alienaciones. El reconocimiento del origen de nuestras emociones y reacciones solo es posible en la plenitud del presente —en el ahora— y se vuelve improbable entenderla en su totalidad, dado que el mundo está constantemente en un proceso de transformación. Estos cambios, por desafiantes que sean, traen consigo el sentido más profundo de la vida. Son ellos los que nos impulsan a buscar más, a ser más, recordándonos que, a pesar de las adversidades, el viaje en sí es una construcción continua, llena de aprendizajes y renovaciones. Para ello, se necesita coraje para auto-cuestionarse: ¿La vida que estoy viviendo realmente me pertenece? ¿Estoy actuando de acuerdo con mis valores y deseos, o simplemente estoy siguiendo las expectativas de los demás? ¿Siento que estoy viviendo plenamente en el presente, o estoy atrapado en preocupaciones sobre el futuro y arrepentimientos del pasado?
Si no podemos brillar como un todo, que al menos podamos iluminar los fragmentos de nuestra existencia. La propia vida es un fenómeno temporal, un paso efímero que nos invita a reconocer que cada momento es una oportunidad singular. Esta realidad nos impulsa a mirar las pequeñas cosas que a menudo pasan desapercibidas, pero que, al ser iluminadas por nuestra atención y presencia, revelan su belleza intrínseca. En este momento, permítete responder: ¿Cuáles son las partes de mí que no están siendo escuchadas o reconocidas?
Cada interacción, cada risa compartida e incluso cada lágrima derramada trae consigo una lección y un significado, moldeando lo que somos. Cuando reconocemos que todo en la vida es transitorio, somos impulsados a vivir de manera más plena y consciente. Este entendimiento nos ayuda a abrazar la impermanencia, transformándola en una invitación a la autenticidad.
En este reconocimiento de la efimeridad, encontramos el coraje de ser vulnerables y auténticos, permitiéndonos vivir la vida en su plenitud. Que así podamos iluminar no solo nuestros propios fragmentos, sino también los de los demás, creando una red de comprensión y apoyo que enriquece nuestras experiencias. Después de todo, al aceptar la transitoriedad de la vida, aprendemos a valorar cada instante, cada conexión, y a encontrar significado en las interacciones que componen nuestro viaje.
Si somos, de hecho, el reflejo de nuestras relaciones, es imperativo que desarrollemos la competencia de resistir a las fuerzas del mundo que, a menudo, parecen abrumadoras. Por eso, tenemos que tener claro: ¿mis relaciones me fortalecen y me ayudan a conocerme mejor, o contribuyen a mi alienación? La imperfección humana es una invitación a mirar el mundo a través de una lente personal, donde la perspectiva moldea la forma en que experimentamos las interacciones.
“Aquellos que bailan son considerados locos por aquellos que no pueden escuchar la música.” Esta reflexión de Nietzsche nos recuerda que la vivencia de la realidad es una danza que solo algunos son capaces de apreciar.
La imperfección humana es una invitación a mirar el mundo a través de una lente personal, donde la perspectiva moldea la forma en que experimentamos las interacciones. Que al menos la vivencia nos enseñe la humildad necesaria para reconocer que cada uno de nosotros trae consigo una interpretación singular del mundo. Estamos sumergidos en un vasto tejido de sentidos, luchando constantemente por mantener la lucidez en medio de la confusión. Por eso, no dudes, de vez en cuando, en preguntarte: ¿En qué momentos me siento más auténtico y conectado a mi verdadero yo?

Enfocarse en el Ahora Es un Acto de Resistencia

La cuestión del Ser es lo que más concierne al hombre. Sin embargo, el hombre es lo que más se ha olvidado del Ser.” Con las palabras de Heidegger, somos instigados a recordar la importancia de estar presente en cada experiencia, rescatando lo que realmente importa. En el fondo, lo que permea nuestra existencia es una búsqueda desesperada por la alegría y un esfuerzo por evitar la tristeza. Sin embargo, este viaje no siempre es sencillo. El hombre camina entre luchas incesantes, donde cada momento se revela como una experiencia única y cada experiencia, como una narrativa singular.
Si no actuamos con esa conciencia, corremos el riesgo de transformar nuestras historias en guiones limitantes, que nos privan de la claridad necesaria para apreciar la propia vida. Encontrar, en el mundo que nos rodea, los pequeños detalles que traen alegría es un desafío. Es difícil alegrarse en el mundo tal como se presenta; por eso, es esencial reconciliar la realidad con las matices de la alegría y la tristeza, en lugar de dejarse llevar por el temor o la esperanza.
Enfocarse en el ahora es un acto de resistencia y de encantamiento. Lo real no es solo una trivialidad o una carga, sino una manifestación profundamente significativa que, una vez vivida, no se repetirá. Saber vivir es, por lo tanto, una invitación a maravillarnos con el mundo, valorándolo en su esencia en el instante exacto en que estamos. Cada experiencia, cada emoción, cada interacción es una oportunidad para conectarnos más profundamente con la vida, revelando la belleza que reside en la impermanencia.

Abrazar Lo Real

Dentro de cada ser humano reside una esencia, anclada en un grado de realidad que se manifiesta en la lucidez del ahora. Esa lucidez, esa intensidad, es la medida de la esencia humana—una llama que puede encenderse o apagarse, pero que nunca deja de existir. La alienación, aunque seductora, es un camino más fácil. Amar un futuro distante, desear lo que aún no poseemos, justificarse con lo que trasciende, puede parecer un viaje más simple, pero es una travesía sin fin.
¿Por qué no abrazar lo real en el momento en que surge? Sentir la vida no de manera desubicada, sino con la plenitud de la conciencia del ahora, permitiendo que nuestras intuiciones se alineen con la sinfonía del mundo y contribuyan a un propósito mayor. Aquellos que alcanzan la razón actúan con autonomía; los que se conectan a la intuición alcanzan un estado pleno de ser. Así, el sentido de la vida puede encontrarse en la búsqueda por entender la razón de vivir.
Ser es vivir en comunión con las infinitas posibilidades que nos pertenecen. Es asumir la responsabilidad por nuestras vidas y por la libertad de elegir nuestro propio camino, siempre anclados en el presente. El verdadero sentido no reside en las temporalidades o en las influencias externas, sino en la voz interior del sentimiento que resuena en nuestra introspección a cada instante. Nuestras elecciones, muchas veces fuentes de angustia, son reflejos de los valores que nos definen. Esos valores son únicos, ya que somos singularmente deseantes en un mundo plural de afectos.
La verdad es que algo piensa en cada uno de nosotros, y esa conciencia es esencial al hacer elecciones sobre el instante siguiente. Al conectarnos con esa voz interior, encontramos no solo nuestro propósito, sino también la esencia del ser, donde la voluntad vive en plenitud. Cada pensamiento, cada elección, cada emoción es una expresión de ese ser profundo que palpita dentro de nosotros, esperando ser revelado en su brillo auténtico.
Es vital recordar que, en un mundo que frecuentemente nos lleva a buscar la felicidad en fuentes externas, la verdadera plenitud proviene de la autoexploración y de la construcción de relaciones significativas. Como dijo el Dalai Lama: “La felicidad no es algo listo. Viene de tus propias acciones.” Por lo tanto, enfocarse en el ahora es un acto de coraje. Es en el presente donde encontramos las oportunidades para reconectarnos con nuestras emociones y valores más profundos. Al dejar de lado las distracciones externas y las presiones sociales, permitimos que nuestra verdadera esencia se manifieste.
La conciencia plena nos invita a vivir la vida en toda su complejidad—acogiendo tanto las alegrías como las tristezas, reconociendo que ambas son esenciales para nuestro crecimiento. Cada instante se convierte en una nueva oportunidad para redescubrir quiénes somos, liberándonos de las ataduras de las expectativas ajenas y abrazando la autenticidad que reside en nosotros.
Así, que podamos comprometernos con la práctica del ahora, permitiendo que la vida se despliegue en toda su belleza y autenticidad. En un mundo repleto de distracciones, ¿qué tal dedicar unos minutos de tu día a una pausa consciente? Pregúntate: “¿Qué realmente importa para mí en este momento?”
Al reflexionar sobre tus elecciones de hoy, considera cómo impactan no solo tu vida, sino también el futuro a tu alrededor. Recuerda: al conectarnos con nuestra esencia y aquellos que realmente importan, orquestamos una vida rica y significativa. Que siempre recordemos que la vida es una danza delicada entre nuestros deseos y voluntades. Al conocernos a nosotros mismos, creamos una sinfonía que resuena eternamente. Pregúntate diariamente: ¿cómo puedo bailar esta música de la vida de manera más auténtica y significativa?

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¡Gracias por seguir otra publicación exclusiva de Marcello de Souza sobre el comportamiento humano!
Hola, soy Marcello de Souza. Mi trayectoria comenzó en 1997 como líder y gerente en una gran empresa de TI y Telecom. Desde entonces, he liderado importantes proyectos de estructuración y optimización de redes en Brasil. Impulsado por una curiosidad y pasión por la psicología comportamental y social, me sumergí en el fascinante mundo de la mente humana en 2008.
Hoy en día, soy un profesional dedicado a descubrir los secretos del comportamiento humano y a impulsar cambios positivos en individuos y organizaciones. Con un doctorado en Psicología Social y más de 27 años de experiencia en Desarrollo Cognitivo Comportamental y Humano Organizacional, mi carrera abarca varias áreas:
• Como Master Coach Senior & Trainer, ayudo a mis clientes a alcanzar metas personales y profesionales, generando resultados extraordinarios.
• Como Chief Happiness Officer (CHO), cultivo una cultura organizacional de felicidad y bienestar, elevando la productividad y el compromiso del equipo.
• Como Experto en Lenguaje & Desarrollo Comportamental, perfecciono habilidades de comunicación y autoconocimiento, empoderando a los individuos para enfrentar desafíos con resiliencia.
• Como Terapeuta Cognitivo Comportamental, utilizo técnicas avanzadas para superar obstáculos y promover una mente equilibrada.
• Como Conferencista, Profesor, Escritor e Investigador, comparto valiosos conocimientos en eventos, entrenamientos y publicaciones, inspirando cambios positivos.
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Mi sólida formación académica incluye cuatro posgrados y un doctorado en Psicología Social, así como certificaciones internacionales en Gestión, Liderazgo y Desarrollo Cognitivo Comportamental. Soy coautor del libro “El Secreto del Coaching” y autor de “El Mapa No Es el Territorio, el Territorio Eres Tú” y “La Sociedad de la Dieta” (el primero de una trilogía sobre el comportamiento humano en la contemporaneidad – 09/2023).
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Presentación y adaptación: Marcello de Souza

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